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Roberto Carbajal

La aventura humana

Con el paso cambiado

Guardar silencio por prudencia es una virtud que atesora una pequeña parte de la población. En el escenario público suele practicarse poco. El Miércoles Santo zamorano cuenta con un visitante asiduo que calla a destiempo. Jaime Mayor Oreja ejerció como el oído más grande de España, gracias a una suerte de caprichosa convergencia semántica y al amparo de José María Aznar. Quién mejor que Oreja para ser ministro del Interior, el órgano que tiene encomendada la tarea de escucharlo todo. Hay que remontarse catorce años para entender la fidelidad del eurodiputado popular con la Procesión del Silencio. En aquellos días, el hoy titular de un escaño en el Congreso Antonio Vázquez mandaba en el Ayuntamiento de Zamora y el obispo vasco Juan María Uriarte, en la diócesis provincial. Aprovechando que el Duero baña la ciudad, Mayor se encontraba vis a vis con el prelado, intermediario entre ETA y el Gobierno de antaño. Vázquez invitaba a Mayor y familia a dormir en la mejor cama. Ante el Cristo de las Injurias, Uriarte, Mayor y el edil rendían pleitesía a la imagen. Pero la procesión iba por dentro. Durante la mañana, charlaban de terrorismo y negociación; por la noche, de rodillas ante el icono de la cristiandad, callados como manda la tradición. Debe de costar concentrarse frente a la representación de uno cuando has hablado de muertos en caliente unas pocas horas antes.

Hace ocho días el ex ministro guardó silencio ante el crucificado. Todo el mundo estaba de caza mayor. Latía en el ambiente cierto morbo y los periodistas masticaban la Pregunta. El político vasco se negó a hablar de Zapatero y sobre las declaraciones desahogadas en las que fabuló alegremente acerca de la alianza entre el presidente y los terroristas. Sus aseveraciones irresponsables fueron censuradas desde todas las fuerzas políticas decentes. Tal vez por eso Mayor Oreja sólo dijo a los medios de comunicación que ante el Cristo de las Injurias era una tumba por asuntos que prefiere no compartir. Lo chocante del caso es que se ha convertido en devoto incondicional de una imagen que representa el ultraje. La conclusión es que de estas catorce citas no ha aprendido nada. Ni siquiera la oportunidad de guardar silencio.

Publicado en El Norte de Castilla el 8 de abril de 2010

Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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