“El siglo XX alumbró el resurgimiento del gusto por el clave, olvidado tras la extinción vital de dos gigantes del Barroco como Bach o Händel. Y en el mismo siglo vio la luz Nicolau de Figueiredo, un portento al que la naturaleza ha encomendado encumbrar este instrumento hasta el lugar que nunca debió perder. Una sesión de clave puede convertirse en una tortura o en pura ambrosía; sólo depende de las manos que se aposenten sobre el teclado. Durante el concierto vespertino de ayer, Figueiredo demostró que este viejo instrumento es asunto suyo y, gracias a él, ahora también nuestro.”
VIII FESTIVAL INTERNACIONAL DE MÚSICA
“PÓRTICO DE ZAMORA”
2010
El Espejo de Dios
Nicolau de Figueiredo
Un Bach solar y un Händel planerario
Obras de J. S. Bach y G. F. Händel.
Intérprete: Nicolau de Figueiredo, clave.
Auditorio: Iglesia de San Cipriano. Zamora (España).
Magisterio deslumbrante
El siglo XX alumbró el resurgimiento del gusto por el clave, olvidado tras la extinción vital de dos gigantes del Barroco como Bach o Händel. Y en el mismo siglo vio la luz Nicolau de Figueiredo, un portento al que la naturaleza ha encomendado encumbrar este instrumento hasta el lugar que nunca debió perder. Una sesión de clave puede convertirse en una tortura o en pura ambrosía; sólo depende de las manos que se aposenten sobre el teclado. Durante el concierto vespertino de ayer, Figueiredo demostró que este viejo instrumento es asunto suyo y, gracias a él, ahora también nuestro. Sensibilidad, mesura y un despliegue de osadía embrujaron al auditorio. Las obras se prestaban: Partita número 1 y Concerto Italiano de Bach o la Suite número 7 de Händel, coronada con el aria de Rinaldo ‘Vo far guerra’. El solista brasileño se entregó en cuerpo y alma a cada uno de los movimientos que conformaron el repertorio. Son obras de una exigencia formidable, plagadas de un contrapunto endiablado y de armonías que claman sensibilidad a raudales. Si a todo ello añadimos que Figueiredo renunció al receso previsto, convendremos que nos encontrábamos ante un coloso de la interpretación. Afrontó el reto con una dosis de gusto subyugante, desplegando unos trinos cristalinos en la ejecución del ‘courante’ de la Partita o los bellísimos arpegios de la zarabanda. La solemnidad de la suite de Händel fue limpia y rotunda, aplicando un equilibrio envidiable en la expresión, unas virtudes que pueden apreciarse mejor si el espectador no mira al intérprete, recreándose sólo con la emisión sonora y concentrándose en ella. Homenajeando la improvisación de la que hacía gala Händel en sus conciertos, premió los aplausos con propina, del Rinaldo haendeliano, una versión muy florida del aria ‘Lascia ch’io pianga’. Estoy seguro de que alguien derramó alguna lágrima, poseído por la conmoción de tanta sensualidad. Publicado en El Norte de Castilla el 15 de marzo de 2010 Más información sobre el Festival: http://www.porticozamora.es