Las empresas sólo quieren carne fresca. Lo revelan las estadísticas, que, por esta vez, son dignas de crédito. En España hay un millón de personas mayores de cuarenta y cinco años que son tratadas como apestados por el mercado laboral. ¿Qué hacer con esa legión de parados con experiencia? No sólo no las emplea nadie, sino que además tienen que soportar la humillación cuando rozan el cielo. Anteanoche uno de esos inservibles narraba en una tertulia de radio cuál era su estado de ánimo. Se reían de él a mandíbula batiente. Sus últimos años habían sido un ir y venir de circo en circo empresarial. Unas veces le contrataban por una hora; otras, por un día; incluso le espetaban a la cara que no terminase la jornada y se fuese a casa. Este ciudadano ironizaba con cuajo acerca de sus vivencias en el pertinaz mundillo de los contratos basura. Había formado parte de una compañía subsidiaria de otra enorme del sector eléctrico. El gigante prescindió de la enana y contrató sus servicios con otra. La recién llegada le ofreció sumarse al nuevo proyecto debido a su bagaje. Pero, claro, no querían ofrecerle el salario que percibía antes del relevo. Le dijeron que a causa de su edad no rendiría lo mismo que un maleable e inexperto jovencito, aun valorando los conocimientos que había fraguado durante todo su historial. El hombre reía por no llorar. Se preguntaba con amargura cómo era posible que le tentasen por su valor profesional y que se lo quisieran pagar como a un adicto al botellón.
El entramado laboral de nuestro país está anclado en una encrucijada. La Administración subvenciona contratos que afectan a ciudadanos de toda condición. Beneficios por contratar a jóvenes, mujeres o a quienes saltan de los cuarenta y cinco. Por tanto, lo que en un principio parece una ventaja se convierte en todo lo contrario. Cuál es el juego y qué anhelan nuestros empresarios. Da la sensación de que las preferencias giran en torno a sujetos de usar y tirar. Desprecio hacia la experiencia, exaltación de la minifalda y disposición a la explotación con chascarrillos de serie. Hasta hace poco tiempo, las sociedades confiaban su destino al zorro viejo. Hoy chapotearían si pudieran contratarlos en el apacible útero.
Publicado en El Norte de Castilla el 28 de abril de 2010