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Roberto Carbajal

La aventura humana

Tocan a rebato

Lo peor que puede sucederle a un trabajador es que su empresa le diga que todos conforman una gran familia. Uno de los efectos es que, si se cree el mensaje, le va a costar dinero. Aun enturbia más las cosas el hecho de que lo despidan tras recordarle que la ‘familia’ no puede darle de comer hasta nuevo aviso. He aquí el producto de tanto aturdimiento. Antes la gente entraba en una compañía y terminaba sus días en ella. Incluso sagas enteras heredaban el puesto de trabajo, que parecía emular la mitosis que sufre la célula. Altos Hornos, Ensidesa, Sagunto, Telefónica, Renfe: sería ingente relatar las sociedades que durante el franquismo vieron engordar sin freno sus plantillas. Hasta que no quedó otra que sacar la tijera de podar y poner montañas de currantes a deambular como zombis. El desmadre pretérito y la Europa recién estrenada, cogidos de la mano.

El presidente Zapatero ha pedido a los agentes sociales que se pongan de acuerdo para reformar el mercado de trabajo. Si no son capaces de hacer cumbre solitos antes de que cante un gallo, el Gobierno lo hará por ellos. De momento se especula con el abanico: abaratamiento del despido, cuotas sociales reconvenidas y un puñado de ideas que ya tienen el sendero trazado, e incluso asfaltado. En teoría, el paquete dinamizaría el crecimiento y recortaría el desempleo. Muchos parados dejarían de serlo y otros ocuparían su lugar. El empresario podría despedir por cuatro perras y contratar nueva mano de obra por idéntica cantidad. El asunto transita la calle y todo el mundo está dándole vueltas a las variables.

Las grandes empresas no son oenegés. Si no te necesitan, al Inem; otra cosa es el criterio que aplican para completar la lista. Cuanto más peso arrastre el monstruo, más errada la relación de los condenados al extrañamiento, porque los cargos intermedios suelen atesorar un carácter estúpidamente veleidoso. Cuando los accionistas están lejos, el ejecutivo actúa a lo loco. Es inútil alegar una trayectoria profesional intachable para salvarse del fusilamiento. El ejecutor quizá piense en las piernas, pero no suele poner cara a quien va a ser despedido. Y es comprensible, porque tal vez la suya podría ser la siguiente. Por insensato.

Publicado en El Norte de Castilla el 19 de mayo de 2010

Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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