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Roberto Carbajal

La aventura humana

La paradoja afgana

Cualquiera estaría encantado de que en su país descubriesen un yacimiento enorme de metales preciosos. Si sucediera en España estaríamos como unas castañuelas y pasearíamos la peineta en los mercados financieros. Pero la revelación ha sucedido en Afganistán, y lo que podría ser una bendición para acabar con la miseria, puede tornarse en una suerte maldita que prolongue el sufrimiento. Los afganos no están para tirar cohetes, al menos una parte de ellos. Estados Unidos les ha dicho que el suelo por el que corretean los talibán sustenta muertos en la superficie y oro, hierro, cobalto, cobre o litio debajo de ella. En teoría, el pueblo debería aplaudir con la misma intensidad con que las multinacionales estadounidenses se frotan las manos. El caso es que todas las partes implicadas han de moderar la euforia. La Administración Obama afirma que el descubrimiento cambia los planes de una guerra en la que no se vislumbra un final, sino un fin. El hallazgo de metales tan preciados convertirá Afganistán en un conflicto eterno.

El mes pasado Horst Köhler dimitió como presidente de Alemania por unas declaraciones que levantaron una polvareda notable. Aplicando la hipocresía propia de estos casos, la prensa y los grupos políticos mostraron su indignación por las palabras de Köhler. El contenido no descubría nada nuevo, al asegurar que las tropas tienen que estar donde toque para defender los intereses económicos de su país, y tal era la misión en aquel remoto lugar de Oriente. La gente se le echó encima, cuando la realidad es muy tozuda y no hay quien la cambie, porque si no deja de ser realidad para tornarse en ingenuidad. En este sentido, Estados Unidos es más claro a la hora de hablar de dinero. Afganistán es un páramo industrial, así que serán las compañías americanas las que le hinquen el diente a los dichosos metales. Los talibán también piensan del mismo modo y se han colocado los primeros en la salvaguarda de la riqueza que pisan sus alpargatas.

Antes de que alguien extraiga un solo gramo de oro hablarán las armas, que no han dejado de hacerlo. Oiremos un gigantesco coro farfullando sangre. Hasta que todo eclosione, seguirán cultivando opio, que provoca experiencias religiosas.

Publicado en El Norte de Castilla el 16 de junio de 2010

Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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