Hay gente que está comenzando a darse cuenta de que ha metido la pata hasta el fondo. Lo que parecía un juego de niños y una herramienta puede que se convierta en un problemón en el futuro. Si a cualquiera de nosotros nos abordasen en plena calle y nos preguntasen sobre nuestros pensamientos más recónditos, seguro que mandaríamos al infierno al sujeto en cuestión. Pero resulta paradójico que desde la intimidad de nuestro ordenador no tengamos remilgos en contar a todo el mundo quiénes somos, qué nos gusta, quiénes son nuestros amigos y una larga lista de comportamientos que compartimos con todo quisque, de Algeciras a Estambul.
¿Dónde está almacenada tanta información? ¿Podríamos llegar a borrarla o pedir que lo hagan en nuestro lugar? La mala noticia es que está fuera de nuestro alcance eliminar aquella pregunta indiscreta que le hicimos un día a Google sobre aquel… pecadín, ese que nos sacaría los colores en una conversación en familia. Cualquier hijo de vecino habrá curioseado por ahí sin ser consciente de que el ADN de su ordenador está registrado y se conoce al propietario. Los correos electrónicos, que nos parecen tan funcionales y ágiles, contienen una información seleccionada meticulosamente por los grandes entramados electrónicos. Estos datos son vendidos posteriormente en el mercado y, voilà, comenzamos a recibir ‘emilios’ de compañías que conocen nuestros gustos y picardías.
En las redes sociales se sobreexpone la privacidad de cualquiera que tenga amigos o familia. Cuelgan tu foto el día que saliste de fiesta y te cazaron descolocado. Cuando lo vea tu jefe vas listo. A tu pareja, mejor no trates de convencerla de nada, que ya te hizo el escáner. Se dice que como la madre de uno nadie puede retratarle mejor. Nada más lejos de la realidad. Tu madre es una antropóloga aficionada con buenas intenciones, muy cariñosa, pero pasa sobre ascuas en lo que se refiere a su pequeñín y a esos ojos pegados a una pantalla. Tu madre no te contó, porque no recuerda dónde dejó la cabeza, que tienes un gran hermano al que no conoces, pero que sabe de ti más que nadie. Es un glotón insaciable al que engordarás hasta que explote y te ponga la casa perdida. A ver quién la limpia luego.
Publicado en El Norte de Castilla el 22 de septiembre de 2010