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Roberto Carbajal

La aventura humana

Naciones en cueros

La crisis global ha demostrado que el sistema está basado en las apariencias. Antes se daba como cosa hecha que un país occidental era un ente sagrado, con unas fronteras reconocidas, un régimen con derechos y unos ciudadanos intocables. Hoy se ha dado un revolcón a estos tres supuestos y la viabilidad de los estados acomete la afrenta contra un enemigo casi invisible y sin ubicación fija. Incluso se da la paradoja de que los propios gobiernos de las naciones amenazadas son, al mismo tiempo, otros actores más de la agresión en suelo propio.
 
La batalla se libra irremisiblemente cada vez que los países asoman el hocico en los mercados de deuda. España, como muchos otros, necesita extender su mano menesterosa y regresar a casa con el préstamo envuelto en papel de estraza. Eso sí, con la promesa de devolver lo fiado a un interés tan colosal, que la libra de carne impuesta por el prestamista Shylock a Antonio en ‘El mercader de Venecia’ se reduce a un pellizco en el trasero. Pero el enemigo se agazapa en la cocina más humilde. Puede ser cualquiera, incluso la abuela más dulce, esa que da los buenos días en el rellano de la escalera con una sonrisa. Sus ahorros redondean la pensión con una modesta inversión en los fondos que serpentean por los mercados internacionales.
 
Es tal la perversión a la que se ha llegado, que los alemanes bromean en los bares acerca de con qué país quedarse en la subasta. Naciones que dicen ser amigas marcando la agenda al resto, es decir, invadiendo la soberanía desde un atril en Bruselas, humillando ciudadanía y dignidad. Los productos de inversión en el mercado de futuros constituyen otra inmoralidad que va en aumento. Se compra hoy la cosecha de alguien para especular con el precio el año que viene y se condena a miles de personas a la ruina o la hambruna. Y es en este punto en el que toca decidir, ¿contra quién disparar? ¿Somos todos culpables y, por tanto, estamos abocados a inmolarnos? No hay duda de que caminamos pegados al muro, encorvados y con la ropa hecha un revoltijo.
 
Publicado en El Norte de Castilla el 26 de octubre de 2011

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Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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