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Roberto Carbajal

La aventura humana

Un pregón envenenado

La religión y el poder civil han caminado siempre cogidos de la mano, y seguirán así por los siglos de los siglos. Son dos corrientes que se complementan. El poder laico es tanto el adalid de lo tangible como el rey de la incapacidad para generar ilusión, mientras que las confesiones religiosas trabajan con material que traspasa ampliamente la política-ficción, con la ventaja de que ofrecen como paradigma la calma total en un lugar sin dióxido de carbono.

Pero aunque la simbiosis entre religión y política ha cundido en abundancia, este amor de conveniencia no disfrutaría de plenitud si no se produjeran los roces y desencuentros que sostienen a cualquier pareja. La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, se ha visto envuelta precisamente en esta circunstancia por haber aceptado ser pregonera de la Semana Santa de Valladolid. Recordemos que se casó por lo civil y esta circunstancia ha distorsionado la ocurrencia impactante de contar con una telonera de campanillas. El arzobispo Ricardo Blázquez quiere aplicar la censura previa a la lista de pregoneros, y está en su derecho, porque no olvidemos que la Semana de Pasión es un hecho religioso católico y, por tanto, regido por la Iglesia. No obstante, conviene recordar que la participación institucional y el acompañamiento civil en esta fiesta de la fe trascienden al hecho divino en sí. La sociedad ha secuestrado sutilmente estos siete días santos, con la connivencia de las instituciones, religiosas o no. Se ha mezclado fervor con jolgorio y estos dos con los clarísimos intereses económicos provenientes del turismo. Esta sinergia beneficia a todo el mundo y los pequeños desencuentros no atentan contra la continuidad de esta tradición, precisamente por esa convergencia de intereses. Monseñor Blázquez tiene derecho a saber quién habla en sus templos, y eso no tiene por qué sorprender a nadie. Indiscutiblemente, él goza de la legitimidad sobre la tutela del Libro. Y a la sociedad civil no le queda otra que jugar con esas reglas o apartarse.

Publicado en El Norte de Castilla el 25 de enero de 2012

Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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