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Roberto Carbajal

La aventura humana

Innombrables

El ciudadano medio no necesita ningún gobierno para solucionar sus problemas. Es capaz de buscarse la vida. Sufraga los gastos estatales si conserva un empleo legal y vive con decencia. Cuando no le queda otra que sumergirse en el fango de los desalmados, coge el dinero que le dan bajo cuerda huyendo de la conciencia. Y roba cuando pierde todo aliento moral. Cobrar con la mirada cambiada no difiere de la determinación de una manada de lobos, que arrasan con las vidas que hagan falta con tal de aplacar el hambre. El ciudadano medio no entiende de legalismos cuando se encoge el estómago de su pequeño. Un padre desconoce de lo que puede ser capaz si no se enfrenta a una situación crítica. Cualquiera puede linchar al ladrón torpe al que cazan con las manos en la masa, aunque pocas veces se revele el porqué.

Nuestro país camina hacia la hecatombe y parece no importarle a nadie. Si los gobernantes se muestran incapaces de hacer frente al colapso, muchos se preguntarán para qué demonios sirven. Lo singular de la situación actual es la forma en que se insulta a la ciudadanía desde los despachos. En el ambiente flota la sensación de que están jugando con sus sentimientos. El único reproche que le hace a su presidente una desahogada mandataria madrileña es que no está recortando lo suficiente. Y el presidente repite con altanería que usará el hacha este viernes, y el siguiente, y el viernes que viene, y los que hagan falta. Han tenido tiempo de sobra para elaborar el paquete de medidas completo, pero no tienen ni idea y sólo bailan la danza de la sangre con desenfreno dipsomaníaco. Cada fin de semana se improvisa con muestras de padecer borrachera de poder. Y el ministro que ha recortado los fondos para investigar dice que hay más futuro en el conocimiento que en el ladrillo. Un genio. No contentos con la procacidad, reprochan a la gente la legitimidad constitucional y moral de protestar. No hay que ser una lumbrera para entender lo que está pasando. Un idiota siempre será un idiota, aunque lo vistan de seda.

Publicado en El Norte de Castilla el 2 de mayo de 2012

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Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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