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Roberto Carbajal

La aventura humana

La sombra

España tiene la fea costumbre de ensalzar a sus muertos tras patearlos. Adolfo Suárez ha sido el último. Quienes lo denostaron en el pasado, le hicieron la cama o participaron en la crucifixión ahora le ponen por las nubes. Vivimos en un país cainita e ingrato y parece que sólo las masas se ven impelidas a reconocer los valores de nuestro capital humano de un modo espontáneo. Durante estos días enlutados han desfilado ante el catafalco del expresidente los autores de la pasión y muerte de uno de los dos estadistas de la historia española contemporánea; el otro es Felipe González. Todos los demás podrían ser calificados como material fungible, como el tóner de las impresoras, que imprime cualquier bagatela.

La marea de los bien situados en la escena política han glosado la figura de Suárez en exceso, y no porque este adalid de la primera Transición no mereciera el reconocimiento de la excelsa habilidad que obraron sus malabarismos, burlando a los reaccionarios franquistas. Hay quien ha resaltado que el abulense no era un intelectual, como si de una innovadora y profunda reflexión se tratase. O que le costó acabar Derecho (!). Suárez tuvo sus sombras, faltaría más, pero su obra brilla con luz propia; no necesita que las alabanzas impostadas de algunos coloquen a este visionario en el lugar que le corresponde en la Historia.

Resulta curioso el efecto que se ha producido estos días. Cuanto más se ilustraba al presidente muerto, más pequeños parecían algunos de los vivos. Suárez sacó adelante los Pactos de la Moncloa, que supusieron un acuerdo total de los partidos para rescatar a España de la tremenda crisis en la que estaba sumida. Hoy, en cambio, cuando tan necesaria es la reedición de aquel pacto, nos encontramos con que la política juega fuera de campo, anteponiendo sus intereses particulares a los generales. La figura de Adolfo Suárez crece exponencialmente, proyectando una gigantesca sombra, tras la que buscan cobijo y mimetismo los tahúres de nuestro tiempo. Desconocen que el talento no es contagioso.

Publicado en El Norte de Castilla el 26 de marzo de 2014

Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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