En una España descompuesta y sin plan, con un presidente del Gobierno macerando en el búnker y con unas perspectivas económicas del país de las maravillas, de vez en cuando nos encontramos con noticias que alegran nuestra triste existencia. El partido del mesiánico Pablo Iglesias, es decir, Podemos, incorporará en su programa electoral que los futbolistas de primera y segunda división deban tener estudios primarios o de secundaria, porque depende dónde coloquemos el listón. El argumento de la formación que han creado los partidos hegemónicos de nuestro país gira alrededor de la influencia que ejercen sobre los niños las grandes estrellas del balompié. Bien mirado, la idea no es para tomársela a risa. Si este hito programático llegase al Parlamento, podríamos encontrarnos con una liga empobrecida en cuanto a lo futbolístico, pero con unos jugadores que reciten a Neruda de memoria, que su verbo sea florido y hermoso o que arrinconen de una vez por todas las sentencias habituales con las que se despachan en las comparecencias ante los medios. A saber: el fútbol es así; si bueno, ¿no?; ellos salieron a hacer su partido y nosotros el nuestro; pienso de que el míster hace lo que crea conveniente por el bien del equipo, ¿no?, y cosillas por el estilo que han calado en el acervo popular tanto como esta lluvia de noviembre.
Con Podemos da gusto. ¿Tienes un problema irresoluble? Tranquilo, el partido de moda tiene una solución, impracticable, pero una que puede hacerte soñar despierto. Este grupo de intelectuales, producto del hastío generalizado, comienza a parecerse a sus homólogos de la casta, es decir, prometer algo que es metafísicamente imposible de cumplir. Es innegable que constituyen un soplo de aire fresco en la impresentable política española y la gente no cuestiona el rosario de barbaridades que piensan poner en marcha si alcanzan el poder. Salvo que bajo el subsuelo de nuestro agrietado país alguien haya descubierto una bolsa de petróleo descomunal, las promesas de Podemos son ciencia ficción.
Está claro que España necesita algo más que un revolcón, un buen polvo que germine en una criatura renovada cargada de esperanza; no que venga con un pan bajo el brazo, sino con una panadería gigantesca para alimentar a la creciente masa de excluidos sociales, que en esta región alcanza a un sexto de la población. Si Podemos fuese capaz de despertar de su letargo a Mariano Rajoy, sólo por eso, ya valdría la pena su existencia. Rajoy vive en su mundo, en eso que él llama ‘cosas’, y pareciera que el desafío catalán también, también, se arregla solo, que ésta y no otra es la filosofía de nuestro hombre en Moncloa. Pero parece que ni el presidente del Gobierno ni Pablo Iglesias son capaces de agitar la varita mágica que solucione los problemas más acuciantes del país. Seamos realistas: dejémoslo en Podríamos. A ambos dos.
Publicado en El Norte de Castilla el 12 de noviembre de 2014