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Roberto Carbajal

La aventura humana

Leche, pan y crueldad

Para ser un hijo de perra no es necesario haber nacido de una. Flaco favor se le hace a los animales cuando se califica a un tipo de dos patas en esos términos. Esta bestia, el hombre, es capaz de aplicar unos castigos incalificables a sus compañeros de la aventura de la vida. Cuando tiene oportunidad y es capaz de burlar el peso de la ley, aniquila a sus semejantes. Así, no extraña nada que al resto de los animales el hombre infiera sufrimiento y dolor gratuitos por la laxitud y aquiescencia de las autoridades. Lo hace con los toros y, aún más grave si cabe, al que llaman su mejor amigo: el perro.

Cada año nos topamos con la cruda realidad de galgos colgados de los árboles o abandonados lejos de los pueblos donde residen sus mal llamados ‘amos’. La máxima pena a los que someten a estos pobres animales es la que se llama ‘la máquina de escribir’. Cuando el galgo ya no gana trofeos para su bestia, los cuelgan sin que toquen el suelo. El perro patalea y se asfixia cuando pierde sus fuerzas. En los pueblos de Tierra de Campos todo el mundo sabe quiénes escriben el destino a sus galgos. La misma Guardia Civil que patrulla por nuestras tierras se ve entre la espada y la pared a la hora de redactar una denuncia, por eludir la animadversión con los lugareños.

Aunque no todo el mundo obra de igual forma, seamos justos. Avelino Gallego, de Tapioles de Campos, mimaba a sus tres galgos aun dejando de ser ‘útiles’. Tres de ellos, Gorospe, Ciclón y Ter, eran muy queridos por el bonachón de Avelino, que cada noche les brindaba un menú extra a base de leche y pan, como hacen las madres con los niños. Cuando murió, sus queridos perros lo supieron y, al otro lado de la calle, comenzaron a aullar desesperadamente. Es una justa lección de humanidad proveniente de los que supuestamente no la tienen. Ahora mismo es posible que algún desaprensivo esté colgando a su galgo. Se hará una autofoto y la colgará en Internet, como ya hemos visto en demasiadas ocasiones. Sólo cabe pedir que el peso de la ley recaiga sobre su cuello.
 
Publicado en El Norte de Castilla el 25 de febrero de 2015

Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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