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Roberto Carbajal

La aventura humana

Si me queréis, 'irse'

El político cree que se merece un sillón vitalicio. Cuando por fin logra un despacho, se dice ya he llegado; ahora, a medrar. Todos ellos dicen estar muy ilusionados por trabajar para los ciudadanos, pero la realidad es que se empeñan en dedicar la mayor parte del tiempo a asuntos que nada tienen que ver con el servicio público. En realidad, lo que la mayoría pretende es eternizarse en el poder y en alimentar su ego. Ya instalados, se permiten el lujo de enmendar la plana a los periódicos porque no les ha gustado una información, amenazando con retirar la publicidad institucional si no enmiendan su línea editorial, unas ayudas económicas perversas que de ningún modo contribuyen a la libertad de prensa. Pero esta gente es así: se creen con derecho de pernada, cabalgando sobre la idea de que quien paga, manda, aunque sea con pólvora del rey. Estos mostrencos son duros de entendederas, por tanto no trates de razonar sobre asuntos de interés general, porque ellos velan tan solo por los suyos. Tienen tan claro que han llegado para quedarse, que algunos aparcan en una instancia del ayuntamiento el vehículo utilitario de su vida anterior. Rita Barberá lo guardó criando polvo en un local municipal durante más de veinte años, y todo porque no pensaba en volver a la vida ordinaria que tenía antes de plantar sus posaderas en el coche oficial.

Los mandatos políticos deberían estar limitados a ocho años. Dilatar este periodo supone enfrentarse tarde o temprano a la corrupción, el clientelismo y al nepotismo marca España. Se les llama servidores públicos, pervirtiendo el término de un modo que da vergüenza ajena. Cuando los ciudadanos les dan la espalda, les cuesta entender que es su voluntad y que ya se han cansado de ellos. Se muestran aturdidos y no lo comprenden. Aseguran amar al pueblo que los aupó al machito y no comprenden el cambio. Ya lo dijo Lola Flores en una situación parecida. Durante su juicio por elusión fiscal, la Faraona pidió a quienes la arengaban: “Si me queréis, irse”. Naturalmente, nadie se fue.
 
Publicado en El Norte de Castilla el 10 de junio de 2015

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Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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