En campaña electoral sirve casi cualquier argumento. Como en España no pasa factura el incumplimiento del programa o cualquier bravuconada que se le ocurra a los candidatos, nada importa lo que profieran durante estos días cansinos, en los que cualquier propuesta (por extravagante que sea) tiene cabida en el discurso político para captar el voto. Todos los grandes partidos se han echado a los brazos del populismo, incorporando fichajes estrambóticos que irrumpen en estos pesados días cual elefante en una cacharrería.
Al margen de la fortuna, o lo contrario de lo anterior, algunos han comenzado a utilizar los símbolos identitarios como arma arrojadiza. Ahora (y cuándo no) le ha tocado a los idiomas cooficiales del Estado, una de las bases en las que se anclan los nacionalismos. Cualquier comunidad autónoma con una lengua vernácula local tiene sus propias políticas de inmersión. En Cataluña nunca hubo problemas en este aspecto, hasta que los partidos comenzaron a radicalizarse y soliviantaron a quienes se sentían más españoles que catalanes. Hay que reconocer que sin el uso de los idiomas cooficiales muchos quedarían reducidos a la mínima expresión, cuando no a su extinción. El bable o el leonés son dos ejemplos. Pero un exceso de pasión nacionalista ha traído como consecuencia indeseable que la meritocracia a la hora de acceder al empleo público desemboque en la discriminación por no manejar el euskera, el catalán o el valenciano y balear, estos tres últimos trillizos siameses. Como resultado, centros públicos que podrían atraer talento se han visto relegados a la mediocridad por las exigencias del bilingüismo. Otro daño colateral lo constituye el hecho de que un español de Madrid no pueda presentarse a una plaza pública en Barcelona, mientras que al contrario el terreno está despejado. Esta cortapisa atenta contra la Constitución en su esencia de igualdad y debe repararse el daño que está produciendo. Yo todo lo prefiero con lengua pero, cuando este vehículo no conduce a ninguna parte, opto por la sensatez. Esto es política, amigos míos.
Publicado en El Norte de Castilla el 20 de marzo de 2019