Siempre se ha dicho que los niños están para comérselos, en sentido figurado, claro; otra cosa es que más tarde te arrepientas de no haberlo llevado a cabo, con el correr de los años. Antes veías a un niño y afloraba un vendaval de ternura. Pero el virus de la gripe A intimida y durante el otoño un niño podría ser letal. Hasta resulta un consuelo que con el comienzo del curso escolar sólo atenten contra la cartera. Al contrario de lo que le sucede a la estupidez, los niños no están en el mundo por generación espontánea. Tienen padres censados, familia más o menos lejana y conocidos. Desde que se levanta hasta que lo acuestan, uno de estos mocosos pasa por mil manos. Salen de casa tan limpios y brillantes que no parecen de aquí. A lo largo del día se toparán con otros de su especie, y es en este punto en donde comienza a fraguarse una rara conspiración. La gente los besa. Desde que su madre le diera el primero, estas víctimas frágiles habrán sido sometidas a una riada. La amiga de mamá, las vecinas, la visita impertinente y una lista impredecible de alienígenas de cuerpos. Detrás de cada boca se esconde alguien y nadie sabe en qué lugar libó antes. Una criatura inocente a primera hora del día muta en un foco de preocupación a medianoche. Es difícil saber por cuántas manos habrán pasado durante todas esas horas, de ahí el sobresalto. Así que las madres deciden que a la lavadora y punto. Pero lo que genera más psicosis no son los mocosos, sino el despiste de las autoridades para atajar la pandemia. Un día aseguran que habrá que tomar precauciones en los colegios y escalonar el comienzo del curso. Pasan veinticuatro horas y viran hacia el lado contrario. Los educadores no saben qué hacer y hay quien pretende cambiar el comportamiento de los pequeños. En una aparición delirante en televisión, una profesora pretendía que los niños renunciasen al beso espontáneo, sustituyéndolo por saludarse moviendo la cara sin ningún contacto.
Claro que los mocosos no están solos en esta guerra. Las relaciones sociales van a convertirse en el escondite inglés. Puede que cuando te presenten a alguien repares en que no es conveniente plantarle un par de picos en el rostro, por si acaso. En el mundo de los negocios estrechar la mano de alguien es la marca de la casa. Si no lo haces puede que la tuya no salga de la crisis. Siempre podrás arriesgarte y aceptar el saludo por un contrato. Si caes en la tentación, ten la prevención de lavártela más tarde, sin que se note demasiado. Pero antes asegúrate de que el bar en el que cerraste el trato cuenta con un secador de manos, porque las costumbres no se pierden y te la tocarán de nuevo. Nadie sabe cómo nos irá en otoño. De lo que estoy seguro es de que, cuando alguien estornude, se producirá un silencio sepulcral. Y a muchos de los besos les sucederá como a las bicicletas, que dicen que son para el verano.
Publicado en El Norte de Castilla el 5 de septiembre de 2009