A todo el mundo le hace falta el dinero. Es una cruz con la que hemos de cargar. Muchos lo necesitan; otros, ¡ay!, no pueden vivir sin verlo crecer. A los periodistas les sucede lo mismo. Antes casi carecían de tiempo para gastarlo, más allá de aquellos días románticos en los que ejercer esa profesión gozaba de reconocimiento social, y se lo pulían en las tabernas o en los escondrijos de los chivatos útiles.
Pero llegó la televisión y cualquiera que se labrase una reputación en un telediario era un firme candidato a convertirse en periodista-anuncio. Es rara la cadena que no ha alumbrado algún privilegiado que se saque un salario extra anunciando un producto. De los más recientes, tomemos a presentadores de informativos como Matías Prats y sus cuentas de colores. Le montaron en un avión y a vender el banco desde Nueva York. Cansao pero bien pagao. Prats entregó el testigo a Olga Viza, con la misma cuenta de color. O la presentadora de Telecinco Carme Chaparro, que nos enseña su mejor sonrisa ante un dentista buenorro que no tiene desperdicio, narrando las excelencias de un dentífrico. La lista es interminable: Marta Robles, Julia Otero, María Teresa Campos… Las marcas comerciales los utilizan como reclamo aprovechando su popularidad o una credibilidad supuesta. Todo legal. Hasta que llegan los líos.
A Susanna Griso le tocó vender leche fermentada, porque ayudaba a las defensas y puede que hasta a los centrocampistas a pasarle el balón a Raúl. Todo iba sobre ruedas hasta que a alguien se le ocurrió someter a escrutinio el contenido de la campaña. El principal capital del que goza una estrella de la televisión es su imagen pública y en el vaivén publicitario se trata de evitar que lo anunciado no sean los clavos de Cristo, más que nada para proteger los intereses del consumidor, o sea, los nuestros. Hace algunas fechas, Autocontrol, una oficina que trata de que la publicidad en España sea veraz (pobres, no saben a lo que se enfrentan), corrigió a la baja un spot sobre los beneficios para el organismo de Actimel, marca de la multinacional Danone. Autocontrol consideró que el anuncio vulneraba el código publicitario, alentados por la Asociación de Usuarios de la Comunicación. Eslóganes como “Actimel puede ayudar a las defensas” o “Ayuda a reforzar la barrera de las defensas” inducían a creer que el producto “es apto para prevenir patologías que puedan derivarse de la entrada en el cuerpo de los agentes externos” y, por tanto, concluir que atesoraba propiedades preventivas cuando no sanitarias. Según la AFSSA (Agencia Francesa de Seguridad Sanitaria de los Alimentos), Actimel canta en el coro del siguiente modo: “Participa en el fortalecimiento de las defensas naturales del organismo” (es decir, no puede utilizarse el célebre “Ayuda a reforzar las defensas naturales”). Además, según la AFSSA, los efectos beneficiosos de este fermento terminan en el instante en que dejas de tomarlo. Resumiendo: Actimel ni ayuda ni contribuye; sólo participa. Es como si cualquiera de nosotros acude a un mitin: no montas el escenario ni le escribes los discursos al político. Haces bulto entre el público, porque te conviertes en un colaborador necesario. Sin público no hay mitin. Pero tampoco porque estés sentado en una grada, con gorra y banderín, se ganan las elecciones.
Por eso, Danone tuvo que retirar el primer spot y sustituirlo por otro más acorde con la realidad. Más tarde comenzó a correr un bulo por la Red, en el que se alertaba de que tomar Actimel era tan peligroso como ser el chófer de Bin Laden. Finalmente, todo lo perverso de Internet se desmontó, pero obligó a que Grisso grabase una especie de spot, envuelto en entrevista, para desmentir el rumor.
Primer spot (el que fue corregido):
El anuncio suavizado:
El lío de las explicaciones sobre el bulo:
Muchas asociaciones profesionales del ramo están a favor de que un periodista pueda hacer publicidad. Y hay quienes se manifiestan contrarios a esta práctica. Para el presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, Fernando González Urbaneja, el conflicto de intereses entre la información y la publicidad es evidente. “La credibilidad sale lesionada y se ha debilitado en los periodistas con notoriedad que se convierten en prescriptores de publicidad”. En la otra orilla, Santiago Mollinedo, consultor de Personality Media, asegura que “contar con el apoyo de un profesional de prestigio es fundamental, ya que el público necesita identificarse con alguien que le proyecte confianza, seriedad y credibilidad”.
A la luz de los argumentos, propios y extraños, qué quieren que les diga: suscribo el discurso de Urbaneja. Hasta que le toque a él anunciar maquinillas de afeitar, que va a ser que no.