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Roberto Carbajal

La aventura humana

Pacientes

El pueblo español merece un monumento. La dificultad estriba en qué forma darle, pues a ver cómo se sintetiza el sentir de tantísimos millones de personas. España es un país de amplias tragaderas, hasta que se estira la goma demasiado y estalla haciendo correr la sangre. En circunstancias como las actuales, resulta extraño que la gente no se haya echado a las calles en masa. Son casi un misterio las razones que aún mantienen a los desfavorecidos sumidos en la resignación y la calma chicha. El auxilio social de las oenegés, los ahorros del abuelo que enjugan las lágrimas y la rabia o, sencillamente, el miedo a las consecuencias embridan este caos.

El actual gobierno popular sólo ha puesto en marcha medidas que han diezmado las expectativas de este país antiguo e impredecible. A cada recorte, a cada hurto de derechos aquilatados con sufrimiento le han sucedido manifestaciones callejeras que han servido para liberar un poco de presión en esta olla exprés nacional. Pero nada más. El poder hace oídos sordos a las reivindicaciones y, como si de una orgía de sangre se tratase, las protestas han sido desacreditadas por la derecha con descalificativos imprudentes. Da la sensación de que algunos chapotean con gusto en la penuria ajena cual bebé durante el baño, en el que el patito de goma sufre ahogamientos y vapuleos a mansalva. Al gobierno conservador le dan caña hasta los próximos y ministros como Montoro le devuelven la tostada utilizando el descrédito. Cáritas ha sido durante años un termómetro implacable, midiendo la pobreza del país de forma incontestable. Las cifras de Cáritas satisficieron a los populares, que las utilizaban para arremeter contra los socialistas. Claro que, ostentando el poder, esos datos son calificados como majaderías. En España pasan hambre y necesidades desde el más grande hasta el más chico, una legión de millones de personas que caminan con resignación sin hacer ruido. Es una incógnita hasta cuándo podrá aguantarse esta situación tan desesperada. Quizá cuando ya sea demasiado tarde.

Publicado en El Norte de Castilla el 2 de abril de 2014

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Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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