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Roberto Carbajal

La aventura humana

A la caza del galgo

En Langa, un pueblo de Ávila, algunos desalmados quieren abatir a dos galgos abandonados. Es decir, los escopeteros de turno. La cosa tiene su gracia: primero usan a los galgos para divertirse y ganar en las apuestas; luego, cuando los animales no sirven, los cuelgan o los abandonan a su suerte a varios kilómetros de distancia. Claro, pero esos perros tienen que comer y, al no encontrarlo en el bosque y por impericia, se acercan al pueblo a ver si cae alguna gallina. Pues la gente de Langa se ha puesto manos a la obra y quieren acabar con los pobres canes mientras pasan un día a lo grande. Las asociaciones de protección animal han puesto el grito en el cielo y además han dado alternativas a estos cromañones del siglo veintiuno. La asociación Scooby, por ejemplo, asegura que colocando unas jaulas pueden recoger a los animales, rehabilitarlos y dejarlos en disposición de ser adoptados. Los galgos tienen miedo del ser humano (por qué será), así que la medida de las jaulas es la única viable para dejarlos como un pincel. Pero no, es más divertido desenfundar la escopeta y masacrarlos. Si lo que se pretende es eliminar el problema y que desaparezcan los daños que en el futuro pudiesen ocasionar estos pobres perros, dejemos que Sccoby aplique su medida y se los lleve. El pueblo quedaría tranquilo, no así los escopeteros, a los que se les aguaría la fiesta. Pensemos que cada año se abandonan en España cincuenta mil galgos, sin contar los que son machacados a golpes o colgados a un palmo del suelo. Si los desgraciados de Langa se salen con la suya, la responsabilidad no es de ellos. Recordemos que existe una ley que protege a los animales. No es que sea gran cosa, pero las autoridades competentes deben velar por que se cumpla. Por tanto, se debe exigir que intervengan en Langa e impidan que algunos cafres se salgan con la suya. El galgo es un perro muy sociable, cariñoso y agradecido. Por cierto, muchos de los males que aquejan a la gente del campo en estos asuntos los hemos provocado nosotros, los seres humanos.
 
Publicado en El Norte de Castilla el 16 de diciembre de 2015

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Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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