Nunca he entendido con exactitud qué se celebra en las fiestas navideñas. Personalmente, me resultan repugnantes, pero no me lo tomen en cuenta: soy un amargado. Los que se dicen creyentes conmemoran el nacimiento de Jesús de Nazaret, hijo de un simple carpintero que ni tan siquiera intervino en su concepción. Todo un misterio para mí. Tratándose de un pobre y dadas las condiciones en las que estaba el establo, no alcanzo a comprender por qué los cristianos cometen el error de rendirle pleitesía comiendo como bestias, cuando en realidad deberían hacer todo lo contrario: alimentarse de manera austera, como se supone que hicieron los padres de la criatura. Pero no, la gente ingiere alimentos como si tuviesen tres cuerpos, se gastan el dinero olvidando que existe un mañana, mientras cantan villancicos. Si algo puede salvarse de todo este sinsentido es que la familia se reúne en torno a una mesa. Quienes lo pasan en grande son los niños, porque la ignorancia de la que están presos les impide todo conocimiento. En mi infancia los Reyes Magos eran quienes hacían los regalos, pero ahora ha entrado en escena Santa Claus, con lo cual se ha creado una costumbre que no resisten muchos bolsillos. Dicen que a los niños hay que mantenerles la ilusión, pues ya tendrán tiempo de pasarlas putas cuando crezcan y conozcan de qué está hecho el mundo real. Yo creo que es un error de cálculo, pues cuanto antes sepan la farsa en la que van a tener que desenvolverse tanto mejor. Siempre habrá algún espabilado que les revelen que los Magos de Oriente no existen y se llevan la misma decepción que padecemos los adultos comprobando cómo de Oriente Medio no llega nada bueno. Solo hay que echar mano de las noticias para hacernos cargo de que la magia no resuelve los conflictos.
Cada cierto tiempo padecemos el dolor que desprenden un par de sillas vacías. La vida sigue adelante y en su imparable tribulación no nos hacemos cargo de lo que de verdad importa. Pero el consumo desmedido nos tiene atolondrados y no pensamos con la suficiente claridad. Sí, soy un aguafiestas.
Publicado en El Norte de Castilla el 19 de diciembre de 2018