La medallista Marta Arce, Amaya Alonso y Daniel Rodríguez abanderan a los paralímpicos de Castilla y León
Juan J. López
La banda sonora podía ser de ese grupo francés que motiva a Amaya Alonso, ‘Louis Attaque’. La imagen, la de Daniel Rodríguez asombrado al salir por el túnel del Estadio Olímpico mientras los ingleses aplaudían los acordes de ‘Coldplay’ o Rihanna. Un hilo musical muy diferente al de los gemidos de Marta Arce después de bajarse del tatami tras conseguir «la medalla más difícil» de su vida. Recuerdos de unos Juegos Paralímpicos que han tenido en los tres deportistas vallisoletanos a los abanderados de la delegación castellano y leonesa.
A Marta, a sus 35 años, le cuesta hablar de retirada, pese a ese último capítulo londinense en el que ha logrado el bronce más caro de una carrera de 16 años. «Sé que si continuo, terminaré con una prótesis en la cadera», afirma como si repitiera el mensaje de un padre protector al que no presta atención porque en su interior no se imagina la vida sin el judo. «Es imposible que me baje del tatami, pero unos Juegos requieren mucho sacrificio y mucha preparación», indica la deportista con deficiencia visual y madre de Kenji, un niño de tres años que cada día demanda más atención. «Cada vez sufro más, en lo físico y en lo anímico», admite mientras evoca ese ‘ippon’ salvador con que logró su último podio, cuando la finlandesa Paivi Tolppanen dio con su espalda en la goma del cuadrilátero. «Se confió», sonríe.
La decepción de los 100 metros espalda tampoco ha logrado borrar la sonrisa de Amaya Alonso. «Al principio, no era consciente de lo que había pasado. Me dije: No pasa nada Amaya, pero con el paso de los días ha sido peor», confiesa la nadadora vallisoletana. Pese a sus tres diplomas en los 200 y 400 estilos y en los 100 mariposa, siempre recordará ese giro prematuro cuando iba a terminar la serie preliminar de los 100 espalda. «Reclamé, pero sabía que la había pifiado. Nunca sabré si podía haber logrado la medalla», señala un poco apenada, pese a su progresión y a la madurez exhibida en el Aquatics Center de Londres.
La estudiante de Fisioterapia –profesión que compartirá con Arce– quiere olvidarse de la piscina, pero no de Londres. «Es una experiencia única, aunque Pekín me marcó más», incide en relación a la meticulosidad de China en la organización de los Juegos hace cuatro años.
En 2008, la selección de baloncesto en silla de ruedas no logró el billete para «la fiesta del deporte», como describe a los Juegos Daniel Rodríguez tras su primera experiencia paralímpica. El escolta vallisoletano ha sido uno de los artífices del quinto puesto del combinado nacional. «Es un orgullo», expresa. Trabajador y fijo en el cinco inicial del seleccionador, Dani aún trata de asimilar cómo serán los partidos del resto de su vida después de acostumbrarse a que 8.000 espectadores ovacionen cada canasta. «Será un ‘bajón’», bromea.
Un ‘bajón’ que marca la vuelta a la rutina. «Siempre nos quedará la música de ‘Louis Attaque’», bromea optimista Amaya.