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Toco y me voy

Las venas abiertas de Bosnia

Un partido de fútbol entre clubes musulmanes y ortodoxos es el caldo de cultivo idóneo para comprobar las tensiones aún latentes en la tierra que fuera escenario del último gran conflicto armado del siglo XX. Si el estadio se encuentra pegadito a la frontera serbia, la localidad cuenta con mayoría de población ortodoxa y, de repente, aparece por las gradas un batallón de radicales del cuadro forastero, la atmósfera se vuelve tan densa que podría cortarse en pedacitos con un cuchillo.

Los jugadores del Radnik, todos serbo bosnios, rodean al árbitro croata después de señalar un penalti a favor del Sarajevo. FOTOS: DAVID RUIZ

La selección de Bosnia será este próximo verano la número 67 en disputar una Copa del Mundo, Brasil 2014. El combinado que dirige Safet Sušic representará en tierras sudamericanas a un fútbol que, como sucede con todo en esta nación de nuevo cuño, lleva impreso en su ADN el estigma del último gran conflicto bélico del siglo pasado.

El tratado de Dayton puso oficialmente fin en 1995 a la lucha entre las fuerzas serbias, bosniacas y croatas. Pero el nuevo mapa de esta convulsa región de Los Balcanes mantiene, en esencia, esa división abierta de modo feroz durante tres largos años por la fuerza de las armas. Dos estados dentro de uno, pueblos difícilmente reconciliables a causa de las matanzas étnicas y las deportaciones, con acerbos culturales y religiones que la guerra se encargó de enfrentar para siempre… Todo eso hace de Bosnia un país cogido con alfileres, en el que los coches de la UNPROFOR (Fuerzas de Protección de las Naciones Unidas) se dejan ver todavía por aquellas zonas donde han vuelto a convivir musulmanes, ortodoxos y católicos. Nadie se fía de nadie.

La partición de la nación en dos entidades políticas autónomas tiene al balompié como excepción a la regla desde que en el año 2002 las federaciones bosniaca y de la República Serbia decidieron crear, ante la insistencia de la UEFA, la Premijer Liga BH, única categoría del panorama futbolístico bosnio en la que miden sus fuerzas sobre el césped equipos de las tres esquinas del ring. De Segunda división hacia abajo, cada cual hace la guerra por su cuenta.

La élite del balompié en Bosnia-Herzegovina cuenta en la actualidad con siete clubes de ascendencia musulmana (Zeljeznicar, FK Sarajevo, Celik Zenica, FK Zvijezda, Olimpik, Travnik y Velez Mostar); seis de origen serbio (Borac Banja Luka, Rudar Prijedor, Mladost Velika Obarska, Radnik, Leotar Trebinje y Slavija Sarajevo) y tres croata (NK Vitez, Zrinjski y Siroki Brijeg), siendo estos dos últimos los líderes de la competición, al alimón con el Zeljeznicar.

Esa tensión que se palpa en el ambiente después de abandonar la orilla serbia del río Drina se acentúa claramente en los estadios, tal vez porque el fútbol es la única manifestación social en la que los bosnios pueden desfogar periódicamente sus fobias dentro de la legalidad establecida.

La visita del FK Sarajevo a la cancha del Radnik de Bijeljina, la ciudad fronteriza donde comenzaron los combates en abril del 92 y que ahora cuenta con mayoría de población serbia, multiplica ese caldo de cultivo beligerante en el que el aire podría cortarse perfectamente con un cuchillo.

Hinchas radicales del FK Sarajevo, enjaulados.

La más emblemática y poderosa de las escuadras de filiación musulmana, con permiso de sus vecinos del Zeljeznicar, obliga a la Federación a declarar sus partidos de alto riesgo cada vez que su autobús penetra en territorio serbo bosnio. El Gradski stadion es, además, de las plazas más calientes. Una verdadera pesadilla para árbitros, futbolistas e hinchadas rivales, si es que se atreven a poner los pies en unos graderíos donde se les considera personas non gratas.

Esa hostilidad no fue óbice para que una cincuentena de miembros de los Horde Zla (Hordas del Diablo), los temidos ultras del cuadro granate, apareciesen en escena y encendieran la mecha en el momento en el que desplegaron una pancarta con el rostro de Vedran Puljic, un mártir del Sarajevo, asesinado en 2009 tras una batalla campal con los hinchas del Siroki Brijeg.

Con el fin de evitar que la sangre pudiera llegar al río, al batallón de ex miembros de la Armija (ejército popular bosniaco durante la guerra) lo encerraron en una especie de jaula, con llave incluida, controlada por la policía local, que veló durante todo el encuentro de que ni un solo aficionado del Radnik se les arrime, y menos aún alguno de los componentes de los Incident, el grupo radical del cuadro serbio, que a duras penas alcanzan para armar un equipo reglamentario. “Tenemos bajas por enfermedad”, me comentó su líder, un adolescente lleno de tatuajes que cacareaba la frase “Muslims, a Sarajevo” como si se tratara del gallo Claudio.

Resultaba curioso ver cómo cada vez que un hincha del Sarajevo necesitaba ir al baño, era acompañado por un agente de las fuerzas del orden. Todo para minimizar los riesgos de que se montara el pollo padre.

La espoleta, aunque retardada, acabaría saltando a los 23 minutos cuando Ilija Zivkovic, el trencilla croata del envite, señaló un penalti muy riguroso en contra del Radnik, que por entonces ganaba 1-0, acompañado de la expulsión de Marko Jevtic por ser el último hombre. Hasta siete jugadores locales se tiraron literalmente encima del colegiado pidiéndole explicaciones por la decisión que acababa de tomar mientras la grada jaleaba indignada al grito de “árbitro, ladrón”. “Este tío está loco, no ha sido penalti”, bociferaba fuera de sus casillas Borislav Tonkovic, el director deportivo del Radnik, que está sentado en el banquillo.

El pitote se alargó más de la cuenta porque Jevtic se encaró con medio Sarajevo y no quería abandonar el césped. La megafonía puso en ese instante el toque de humor balcánico al solicitar amablemente al público que se abstuviera de llamar ladrón al trencilla, lo que provocó una estruendosa carcajada general.

La policía serbo bosnia, escoltando al Sarajevo.

Tan chistosa situación ayudó de algún modo a mitigar la carga emocional lo justo para poder pasar al siguiente acto, el lanzamiento del penalti. El numerito corrió entonces a cargo de un periodista de Radio Novi Sad quien, situado detrás de la portería, empezó a correr de un poste a otro con la intención de despistar a Travancic, el tirador grana. El árbitro, que por entonces ya sólo podía soñar con alcanzar de una pieza el final del duelo, hizo la vista gorda. La estratagema, sin embargo, no funcionó y la pelota acabó en la red.

En los instantes finales del primer período se personaron en el recinto nuevos efectivos policiales que ayudaron a calmar los ánimos contra el trío arbitral, que fue despedido del césped con una lluvia de objetos de todo tipo.

Como quiera que el Radnik venía de sufrir un cierre de su estadio por graves incidentes frente al Siroki Brijeg croata y, ante el llamamiento lacónico a la calma casi desesperado que hicieron desde megafonía durante el descanso, los decibelios descendieron notablemente en el segundo acto, y eso a pesar de que el Sarajevo logró decantar el encuentro a su favor, para mayor satisfacción de su ruidosa y provocativa guardia pretoriana.

Mientras la desencantada parroquia local se marchaba a mojar sus penas con unos tragos de rakja (el aguardiente balcánico) en las tascas aledañas, el autobús del Sarajevo abandonaba suelo comanche escoltado por un coche de policía hasta alcanzar la autopista que lleva a la capital bosnia y, por ende, a la paz.

Las tánganas entre jugadores de ambos equipos son una constante a lo largo del encuentro.


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