“Piensa en los innumerables niños que a todas horas acuden a la escuela en todos los países, todos con los libros bajo el brazo, vestidos de mil diferentes maneras, hablando en miles de lenguas. (…) Y piensa que si se detuviesen, la humanidad volvería a sumirse en la barbarie. Ese movimiento es progreso, esperanza y gloria del mundo”. Este fragmento pertenece a “Corazón”, de Edmund de Amicis, un libro inolvidable. Yo lo leí en casa, no en ninguno de los dos colegios privados en los que me eduqué de niña -en ellos solo nos recomendaban al Padre Luis Coloma-; pero reconocí el ambiente de igualdad de “Corazón” cuando entré en el Instituto Jorge Manrique y me encontré entre compañeros de ambos sexos y de distintas clases sociales, y con profesores que sabían mucho más que los libros de texto. En los años anteriores a la Dictadura, “Corazón” se leía en todas las escuelas de España. Franco lo retiró porque no “concertaba” con sus ideas autoritarias y clasistas. Acabado ese periodo siniestro, la Enseñanza Pública volvió a recuperar su corazón, cumpliendo la labor civilizadora que le atribuye Amicis, enseñando a leer incluso a los hijos de los analfabetos, enseñando a contar incluso a los que no tienen nada, acogiendo a emigrantes de las más diversas lenguas, a niños y niñas juntos, a pobres y a ricos, a los sanos e inteligentes y a los que tienen la desgracia de sufrir carencias psíquicas o físicas. Es hora de decirlo sin complejos, la Enseñanza Pública, siempre en un ambiente de precariedad económica –nunca llegó a ella el despilfarro que ha reinado en otras facetas-, ha dado una lección de sacrificio, esfuerzo y tolerancia a toda la sociedad española. Y la Enseñanza Pública impide hoy que en los barrios sin alma los adolescentes sean pasto de las mafias, contribuye a que la higiene prevenga enfermedades infantiles y promueve un espíritu de tolerancia que es el muro de contención contra la xenofobia y el racismo, además de ofrecer con creces los conocimientos necesarios para todas las profesiones. Eso es lo que nos enseñó “Corazón”, el libro que contaba el transcurrir diario una escuela en donde convivían el hijo del herrero y del ingeniero, el del expresidiario y el del próspero comerciante, el jorobadito, el superdotado y el atleta, cumpliendo la misión de igualar sin uniformar, de castigar sin humillar y de premiar sin discriminar. Ayer las escuelas, institutos y universidades de España salieron a la calle clamando no solo contra los recortes económicos que van a sufrir sus alumnos y sus profesores, sino sobre todo contra la barbarie de los que, con la excusa de que es una empresa poco rentable, disparan al centro mismo de su corazón: la igualdad de oportunidades entre todos los seres humanos. No vale la pena enumerar las causas de su protesta: cuarenta mil profesores a la calle, hacinamiento general, clausura de guarderías, subida astronómicas de las tasas universitarias… Los manifestantes le mostraban al sabelotodo ministro Wert algo de lo mucho que no le enseñaron en el colegio de los Marianistas: que el edificio del progreso, la esperanza y la gloria del mundo se sustenta sobre la base de la educación, y que le va a ser difícil derribar lo que no consiguió destruir ni la depuración franquista. Porque, como ayer demostraron unidos profesores y estudiantes, con toda su humildad y con toda su dignidad, la Enseñanza Pública española sigue teniendo corazón.