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Esperanza Ortega

Las cosas como son

La minusvalía moral del Gobierno de España

Los ciegos con sus perros, los paralíticos en sus sillas, el tren de todos con sus banderas blancas… ofrecían paz y pedían socorro. Eso es lo que me encontré mientras paseaba por la calle Serrano de Madrid el domingo pasado. El sol tampoco quiso perderse el desfile de la humanidad herida que llenaba las calles. Y es que los ciegos no querían ser invisibles, y los paralíticos se negaban a dar un paso atrás en su larga marcha hacia la dignificación. Todos se mostraban indignados contra los recortes que les condenan al ostracismo. ¿Qué haremos nosotros sin ellos?, decían los sordos-ciegos refiriéndose a sus asistentes, a los que el gobierno niega el jornal de uno de los pocos trabajos que no es prescindible. Familias enteras acompañando al hermanito torpe, personas maduras empujando las sillas de sus padres ancianos… Eso es lo que vi. Miles de ciudadanos a los que se quiere obviar en esta jungla de barbarie en la que se ha convertido nuestro país. Por cierto, ¿dónde estaba la jerarquía de la Iglesia Católica, que tanto clama contra los homosexuales y el aborto?, ¿no son ellos los que dicen defender la vida?¿Y dónde se había escondido quien administra los impuestos que pagamos todos los españoles para estar seguros de que, si algún día lo necesitamos, el estado va a ayudarnos a paliar nuestra desgracia? En paradero desconocido. El espectáculo hubiera resultado dantesco si no llega a ser por la nobleza de sus protagonistas, y por la delicadeza y el cuidado que demostraban sus acompañantes: un ejemplo de bondad y ciudadanía. Un ejemplo que parece no ver ni escuchar un gobierno sordo a la clemencia, y ciego ante la justicia y la misericordia. Eso era lo que comentaban los vecinos de la calle Serrano. Sí, también en Serrano, en pleno Barrio de Salamanca, muchos aplaudían al paso del desfile de la humanidad desvalida. Más tarde escuché los informativos: la noticia del día era el alta del Rey. Sin comentarios. Y el lunes me enteré por el periódico de que Díez Ferrán, ¡por fin!, había sido detenido. ¿Todavía estaba en la calle el que dejó tirados en el aeropuerto de Madrid a cientos de emigrantes ecuatorianos que habían gastado sus ahorros en un pasaje hacia su país, para ver a sus familiares durante la Navidad? Para él y para otros como él decretó el gobierno la amnistía fiscal. Parece que, a pesar de las facilidades, no le dio tiempo a blanquear su dinero. ¿Dónde viven ahora los ecuatorianos a los que humilló y robó a la vista de todos? En la calle, pues la mayor parte han sido desahuciados. Y el martes leo que Blesa, el anterior presidente de BANKIA, ha sido imputado, con Díez Ferrán, por créditos indebidos y falsedad documental. ¿Qué asco! El mismo asco que siento cuando, en las novelas de Dickens, me topo con la crueldad social que sufren sus protagonistas. Dicen sus detractores que Dickens era melodramático, pero Madrid, hoy, parece el escenario de una de sus obras. Por suerte, sin embargo, falta un ingrediente para completar el banquete en el que ladrones y usureros devoran a sus víctimas: la colaboración de los órganos de la Justicia. En las novelas de Dickens, los magistrados colaboraban de buen grado. Los jueces españoles, al contrario, hace unos días salieron a la calle con sus togas para escenificar su negativa a ser utilizados como perros guardianes de esta finca maldita. Esto lo oyen los sordos y lo ven claro los ciegos, aunque no lo vea ni lo escuche el gobierno español, aquejado de una minusvalía moral tan profunda como irreversible. Pero los parlamentarios del partido del gobierno no gritan en la calle, permanecen agazapados en la guarida de su cobardía. Solo alguna entre ellos grita desde su escaño: ¡Que se jodan!

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Sobre el autor

Esperanza Ortega es escritora y profesora. Ha publicado poesía y narrativa, además de realizar antologías y estudios críticos, generalmente en el ámbito de la poesía clásica y contemporánea. Entre sus libros de poemas sobresalen “Mudanza” (1994), “Hilo solo” (Premio Gil de Biedma, 1995) y “Como si fuera una palabra” (2007). Su última obra poética se titula “Poema de las cinco estaciones” (2007), libro-objeto realizado en colaboración con los arquitectos Mansilla y Tuñón. Sin embargo, su último libro, “Las cosas como eran” (2009), pertenece al género de las memorias de infancia.Recibió el Premio Giner de los Ríos por su ensayo “El baúl volador” (1986) y el Premio Jauja de Cuentos por “El dueño de la Casa” (1994). También es autora de una biografía novelada del poeta “Garcilaso de la Vega” (2003) Ha traducido a poetas italianos como Humberto Saba y Atilio Bertolucci además de una versión del “Círculo de los lujuriosos” de La Divina Comedia de Dante (2008). Entre sus antologías y estudios de poesía española destacan los dedicados a la poesía del Siglo de Oro, Juan Ramón Jiménez y los poetas de la Generación del 27, con un interés especial por Francisco Pino, del que ha realizado numerosas antologías y estudios críticos. La última de estas antologías, titulada “Calamidad hermosa”, ha sido publicada este mismo año, con ocasión del Centenario del poeta.Perteneció al Consejo de Dirección de la revista de poesía “El signo del gorrión” y codirigió la colección Vuelapluma de Ed. Edilesa. Su obra poética aparece en numerosas antologías, entre las que destacan “Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española” (1950-2000) y “Poesía hispánica contemporánea”, ambas publicadas por Galaxia Gutemberg y Círculo de lectores. Actualmente es colaboradora habitual en la sección de opinión de El Norte de Castilla y publica en distintas revistas literarias.