Estos días Ucrania se ha adueñado de la escena del mundo. ¿Dónde estaba Ucrania hasta que los ucranianos ocuparon las plazas de algunas de sus ciudades? Para mí, por ejemplo, Kiev era la ciudad a la que viajaban los personajes de las novelas de Tolstoi; hoy se ha convertido en el centro de una contienda entre dos nacionalismos, el ruso y el ucraniano. Y mientras leo el periódico se me viene a la cabeza otra novela, la titulada “Patria”, de
Robert Harris, un thriller ucrónico, no porque se desarrolle en Ucrania, sino porque combina la historia y la ciencia ficción. Ambientado en la Europa de los años sesenta, el mundo que presenta se asemeja mucho al actual: Alemania domina en el viejo continente y EEUU en el nuevo. En el Imperio alemán, los trabajos penosos los realizan obreros esclavizados del sur de Europa, mientras gobernantes títeres rigen los destinos de esos países. La ficción estriba en que Hitler no perdió la Guerra y ha llegado a un entente con el Imperio americano. Pero fíjense que la novela se titula “Patria”, pues esta noción sigue siendo indispensable para mantener el orden mundial. Es curioso que en un mundo globalizado, en vez de triunfar la idea internacionalista, siguen en auge los nacionalismos, con su defensa de identidades y tradiciones ancestrales. Porque si hay algo que unifique a personas de todas las latitudes –incluso tanto del mundo real como del de ficción-, ese algo es el sentimiento patriótico, que nadie pone en duda. Digo sentimiento y no idea, pues el nacionalismo no tiene nada de racional y por tanto, es indiscutible. Yo misma recuerdo aún con un escalofrío el lema de la Revolución cubana: “Patria o muerte”, tan parecido al “Todo por la patria”, del ejército español. ¿Sería por eso por lo que Castro y Fraga se entendían tan bien? Así que no hay opción, o eres patriota o eres un robot sin sangre en las venas, y hasta un tipo de poco fiar, un posible traidor a los tuyos. Y sin embargo….¿En qué consiste entonces ese sentimiento apacible que te lleva a tener un cariño especial por los que viven a tu alrededor?,¿quizá la lengua, que es lo auténticamente heredado, más que la tierra misma? Entonces me acuerdo de esta cita del hispanoamericano Manuel Ugarte: “La tierra, como el papel, sólo vale por lo que escribimos encima”. Ugarte era partidario de una patria trasatlántica, basaba en la cultura y no en la política, en la que el océano no sirviera de frontera entre Hispanoamérica y España. A principios de siglo, modernistas y noventayochistas se sentían hermanos. Y Rubén Darío llegó más lejos al decir que su madre era España y su amante París. Llegó al cosmopolitismo, que es la única base en la que se puede asentar la cultura occidental. Esas mismas ideas son las que impulsaron a la Institución Libre de Enseñanza a formar una élite intelectual que modernizara España. Pero los institucionistas forman parte de la otra España, una España perdida a la que solo podemos regresar de manera ucrónica. En consecuencia, los que no somos nacionalistas deberemos esperar hasta el verano para entusiasmarnos con los mundiales de futbol y sentir todos juntos que hay algo que nos enlaza bajo una bandera: el deseo de que los adversarios encajen nuestros goles –ojalá-. No hay nada que una tanto como un enemigo común, sobre todo si es el vecino que nos hace la competencia. Lo deseable sería que rusos y ucranianos se conformaran con eso, y que leyeran a Tolstoi, ciudadano de la patria universal de la cultura.