Tengo tres amigas catalanas. Así las llamo yo, mis amigas catalanas, porque las tres viven en Barcelona. Aunque solo Monserrat es catalana de toda la vida. Nos conocimos las cuatro en un hotel de Londres, donde trabajamos un verano. Allí éramos las cuatro amigas españolas. A Montserrat la llamo siempre cuando llega la Diada, porque coincide con el día de su cumpleaños. Este año lo hice también, y la encontré exultante, esperando que llegara el uno de octubre para votar que SÍ. ¿Pero tan mal te tratamos tus amigas españolas? Le reprocho entre risas. Y añado con malicia: espero que Puigdemont no cobre muy caro la entrada a la Plaza de Cataluña, cuando declare la inaugurada la Primera República Catalana. Ella me dice que tengo que volver a Barcelona para la boda de su hijo, que se casa antes de la navidades, que quizá entonces Barcelona sea ya la capital de la República. Y así dejamos la conversación, en tablas, para continuarla el día de la boda. Mi segunda amiga catalana es cordobesa y vive en Barcelona desde hace 16 años. Hablé con ella el 30 de Septiembre y me aseguró que no iba a votar, pero ayer mismo me devolvió la llamada. Al final voté que NO –me dijo- Decidí hacerlo cuando vi el comportamiento de la policía. Se lo debía a esta gente que me acogió tan bien, gente como Monserrat; tenía que demostrarles que compartía con ellos su indignación. Mi tercera amiga catalana procede de un pueblo de Salamanca, lindando con Portugal. Ella no votó, y lloraba de verdadera y sencilla tristeza el domingo por la noche: esto no tiene remedio –me decía- resulta que ahora tengo que explicarles a mis vecinos que a mi abuelo lo fusilaron en el 36, para que se convenzan de que no soy franquista. Y el caso es que me sigo emocionando cuando les oigo cantar “La estaca” en las manifestaciones, y a veces hasta me acerco para cantar con ellos. ¿Te acuerdas, cuando cantábamos las tres? Yo me quedo callada y me preguntó cuándo perdí esa capacidad de hacer amigas inolvidables que teníamos entonces, y de cantar canciones igual de inolvidables. Por eso tengo yo todavía tres amigas catalanas. Lo que no tengo es ninguna amiga que salga envuelta en la bandera de España cantando el “Soy el novio de la muerte” Eso es lo que cantaban el sábado un montón de señoras en la Plaza Mayor de Valladolid. Me encontré rodeada por aquel fervor patriótico cuando había acudido a una concentración a favor de los refugiados que estaba anunciada desde hace semanas ¡Vaya sorpresa! Como es lógico, nos insultaron sin preguntarse qué hacíamos allí a la hora en que ellas habían decidido expresarse de manera tan civilizada. Y la cosa no llegó a más porque una fila de municipales se interpuso entre los patriotas españoles y nosotros, cuatro gatos clamando por la solidaridad entre los pueblos. Hablé con dos muchachos que tenían una cara simpática, casi unos niños. Les pregunté por qué me insultaban y me contestaron que porque no era española. Cuando les aseguré que era de Palencia, me dijeron airados: ¡si fueras española llevarías hoy la bandera! Les contesté que eso mismo dicen los catalanes independentistas, que solo es catalán el que se envuelve en la estelada. Pero no parecieron entenderme, así que me fui de allí mientras el ruido de un desfile de motos daba por terminadas las conversaciones. Avanzaban ufanos los motoristas, saludando entre un público entusiasta, que los vitoreaba con gritos de ¡Viva España! y ¡Puigdemont al paredón! Y aquí estoy ahora, maldiciendo de nuevo a Rajoy y a Puigdemont, esta vez porque temo que, de seguir así, nos van dejar a todos sin amigos.