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Carlos Aganzo

El Avisador

Gamoneda o la herida abierta

Muy pocos autores como Antonio Gamoneda representan la cicatriz que la guerra, pero sobre todo la posguerra española, dejaron en la poesía española del siglo XX. Incluso en los libros de la nueva centuria, escritos con la dificultad añadida de su incesante actividad cultural, tras haber sido reconocido con premios como el Cervantes o el Reina Sofía, el escritor mantiene ese carácter de herida abierta, de fantasmas que no terminan de disiparse ante la mirada permanentemente escrutadora del poeta. Su experiencia de niño en el barrio de El Crucero, y su no menos relevante experiencia como empleado de banca durante más de veinte años en su ciudad de León le enseñaron a mirar a las personas con una piedad infinita, y a llevar a sus poemas una ‘sublevación inmóvil’ (así se titulaba el primer libro con el que se dio a conocer en Madrid en el inicio de los sesenta) que no ha remitido con los años ni con las mordeduras feroces de la existencia.

Después de un primer periodo de fertilidad, Antonio Gamoneda sintió en un momento de su vida la gran tentación del silencio. Ese silencio poético que George Steiner interpretó como la aspiración mayor de todo poeta de cierta envergadura. En su caso, la maduración verdadera le llegó casi exactamente de la mano de la transición política, de la metamorfosis de un país que cerraba una de las etapas más oscuras de su historia para abrir con ímpetu las puertas de la esperanza. De hecho, ‘Descripción de la mentira’ inauguró, en 1977, una nueva etapa de madurez y de creación que culminaría con el que sin duda es uno de sus poemarios más emblemáticos y personales: ‘Libro del frío’, publicado ya a principios de los 90. «Hubo un tiempo –dice en uno de los poemas de este libro– en que mis únicas pasiones eran la pobreza y la lluvia. / Ahora siento la pureza de los límites / y mi pasión no existiría si dijese su nombre».

Con la misma pasión de los inicios, la indagación poética y la propia pulsión del lenguaje han marcado la última y extraordinaria etapa de la poesía de Antonio Gamoneda. La inmovilidad de la sublevación que contenían sus primeros poemas se ha ido transformando progresivamente en el desplazamiento hacia una sublevación mayor: la que contiene la revolución interior de la palabra. Esa misma palabra que, según la leyenda, el escritor fue ganando a fuerza de tesón y de voluntad, aprendiendo a leer en un libro de texto extraordinario: el único poemario que le dejó en herencia su padre, el otro Antonio Gamoneda, un poeta modernista que desapareció cuando el niño tenía tres años.

Ahora que cumple los 80, Gamoneda conserva intacta la tensión que ha sabido imprimir a cada uno de sus poemas, hable del amor (una de sus constantes vitales), del frío, del tiempo o de la conciencia. Y conserva también esa pasión, esa necesidad de cantar como única razón de su existencia, de su posición poética frente al mundo. «Amé todas las pérdidas –escribe–. Aún retumba el ruiseñor en el jardín invisible».

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