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Eduardo Roldán

ENFASEREM

El (in)conformista

El mutismo en que el abismo de la depresión ha tenido sumergido a Bernardo Bertolucci desde la realización, hace más de una década, de ese hermosísimo poema afrorromano que es Asediada, felizmente ha llegado a su fin. El cineasta de Parma está ya rodando la adaptación de la novela Yo y tú, de Niccolò Ammaniti, y el anuncio ha venido acompañado por otro, insólito: la confirmación de que el film adopta la técnica/3D. Bertolucci sigue pues, a sus más de setenta años, muy atento al pálpito de los tiempos y con ganas de experimentar, sin conformarse. Acaso está decisión pueda parecer paradójica en quien afirmó que Proust estamos vacunados contra las modas>>, pero el uso que de la innovación digital pretende hacer BB no es cosmético sino narrativo, al servicio de la historia; y solo esto ya lo separaría de todas las producciones, abrumadora y vacía mayoría, que hasta ahora la han utilizado. Pese a su propósito, habrá quien lo siga tachando de oportunista, y la experiencia no le resultará en absoluto desconocida; ya en el año 1970, con la adaptación de otra novela de éxito, recibió dardos similares; pero el genio palpita a su propio ritmo y solo a él puede atenerse, y si el resultado que ahora nos traerán los dardos es comparable a El conformista, egoístamente diremos, como espectadores, que bienvenidos sean los dardos.

La decisión entonces de adaptar El conformista pudo quizá coger a los compañeros de viaje sesentayochista del director con el pie revolucionario cambiado, por venderse a los odiosos dólares del sistema – o del Sistema -, pero en modo alguno desde un plano artístico, que en definitiva es el que cuenta. En efecto: ya en el núcleo de su decisión adolescente de dedicar su vida al cine hay una renuncia voluntaria a la palabra. > La palabra pertenecía a su padre Attilio, poeta, y la decisión del joven Bernardo es la primera estocada metafórica de las muchas que, con los años, asestaría a su progenitor desde la pantalla, quien se lo haría notar irónico: > Pese a sus sentimientos iniciales, la palabra ha sido una constante en la filmografía de BB, y a la literatura no ha dejado de recurrir, manantial primero a partir del que ha erigido algunas de sus más memorables creaciones cinematográficas, desde La estrategia de la araña hasta El cielo protector o Soñadores.

Las enseñanzas de Marx y sobre todo de Freud es otra de esas constantes, y en este sentido El conformista sea quizá la obra de Bertolucci que más lejos lleva el postulado freudiano de matar al padre, pues que constituye un triple parricidio: al del padre biólogico ha de sumarse el del padre cinematográfico – Jean-Luc Godard – y el del padre de la obra – Alberto Moravia. El asesinato de Godard tiene incluso plasmación en la película, al asignar BB – > – al personaje del profesor Quadri, objetivo de la pistola del protagonista, las señas reales del apartamento de Godard en París; así, con el asesinato de Quadri, asesina a Godard, es decir a los ideales de realización cinematográfica anarquista que el director suizo simbolizaba quizá como nadie, y que a BB le merecieron los dardos apuntados.

Pero es el asesinato de Moravia el de mayor interés. Asesinato con la atenuante, o más bien la eximente, de la necesidad; BB lo perpetra para conseguir la obra que tenía en mente, por cierto más lograda que la de papel y tinta. Quienes busquen en la versión cinematográfica el trasunto en imágenes del original de Moravia pueden ahorrarse el visionado; con mucho sentido, BB traiciona la letra de la trama, en definitiva un folletín decimonónico, para contar la historia que él quiere contar, la de un hombre aplastado por un trauma infantil que le lleva a sacrificar su naturaleza, aquello que le hace cualitativamente distinto, aquello que le hace humano, por un sentimiento que, aun falso, le produce la ilusión de pertenencia: la historia de un hombre que antepone la seguridad del grupo a su libertad individual. El fascismo del film, al que el protagonista Marcello (inmenso Jean-Louis Trintignant, tan parco en gestos como rico en matices) se adhiere con la fe ciega de quien no quiere ver, es en gran medida metafórico, ejemplo hipertrofiado de ese grupo uniformador y castrante. La trágica ironía de la peripecia de Marcello será que en realidad el trauma infantil es solo producto de su imaginación, con lo que la única elección verdadera de su vida – equivocada o no, eso es accidental -, la de sacrificar su individualidad en favor de la masa, pierde de pronto todo su sentido, al comprobar la falsedad de la causa que la condicionó. (Aparte, un grupo nunca es tan fiable como uno supone, pues un grupo no es sino la unión de distintos hombres, y al final cada cual tiene que sostenerse los propios pantalones, si es que quiere sostenérselos.)

Segunda colaboración con Vittorio Storaro como director de fotografía, El conformista es también un título capital en la filmografía de Bertolucci por suponer el primero en que puede desarrollar plenamente esa maestría elegante, personalísima, donde la luz y la cámara no dejan de bailar un vals hipnótico, onírico y de una plasticidad casi física, estrujable. No se priva de utilizar todo tipo de recursos, que los dardos calificaron de esteticistas y decadentes, como el omnipresente plano-secuencia (firma de la casa), los contrastes tenebrosos o incluso el forillo; pero los utiliza de un modo expresivo, potenciador del contenido, como asegura es ahora su intento con la adopción del 3D.

Por lo dicho – su experiencia como adaptador de grandes novelas; su genio estético; sobre todo por su amor a la obra, que es el requisito imprescindible -, no se me ocurre otro cineasta que pudiera adaptar a Proust con dignidad – Noveccento lo deja entrever -, quizá basándose en el guion de Harold Pinter que algunos afirman sí existe.

(La sombra del ciprés, 5/11/2011)

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