>

Blogs

Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Fanny y Alexander: teatro y luz

Con ‘Fanny y Alexander’, rodada en 1982, Ingmar Bergman se retiró del cine. Todavía era joven para la jubilación, contaba 64 años, y además esta última película le había traído numerosos premios, entre ellos el Óscar a la mejor película de habla no inglesa. Su querido teatro y alguna producción televisiva le ocuparon los 25 años restantes de vida hasta su fallecimiento en 2007, 25 años en los que no dejó de añorar el cine: “Lo que más echo en falta es la colaboración con Sven Nykvist. Posiblemente se debe a que ambos estamos totalmente fascinados por la problemática y la magia de la luz. De la luz suave, peligrosa, onírica, viva, muerta, clara, brumosa, cálida, violenta, fría, repentina, oscura, primaveral, vertical, lineal, oblicua, sensual, domeñada, limitadora, serena, venenosa, luminosa. La luz”, escribe en sus memorias.
‘Fanny y Alexander’ cerró también su larga relación con la Seminci. Queda en Valladolid una memoria inextinguible de escándalos ligados a su nombre y a la entonces Semana de Cine Religioso. Consiguió en tres ocasiones el máximo galardón, pero provocó tal conmoción con ‘El manantial de la doncella’ en 1961 que el Arzobispo José García Goldaraz reprobó al Festival y condenó la película en una carta pública. El nombre de Bergman quedó asociado a un cine que en su época iba demasiado lejos con sus dudas teológicas y su angustia existencial. Pasó el tiempo, se debilitó la ortodoxia, y de repente llegó a la Seminci ‘Fanny y Alexander’ en su versión televisiva de cuatro capítulos, más de cinco horas de proyección, que se cerraba con las palabras triunfantes del hijo más juerguista de la familia Ekdahl: “Seamos felices mientras podamos. Seamos amables, generosos, cariñosos y buenos. Es necesario, no es ninguna vergüenza, tener placer en este mundo. Buena comida, sonrisas gentiles, árboles en flor, valses”. Un broche hedonista, una enérgica proclamación de amor a la vida que no es fácil congeniar con su tortuosa filmografía.
berg-ii
En cierta manera ‘Fanny y Alexander’ es una pugna final y liberadora entre las distintas corrientes que nutren sus obras. La religión de la austeridad y la severidad tiene sitio en el episodio del arzobispo de Upsala, con su rigidez de costumbres y su seguimiento del mandamiento divino que pasa por encima del sentido común de los humanos. La religión del misterio y de lo inefable se hospeda en la casa del prestamista Isak Jacobi, que obra el milagro de la desaparición en la onda de Georges Méliès, y también el humor judío que presenta a Dios como una marioneta cuya máxima preocupación es “probar que existo”. Frente a ellas Bergman funda con inspiración nueva la familia de los Ekdahl, patriarcal y unida, donde a la menor ocasión se celebra un banquete que dispara la lengua, las canciones, los juegos. Allí se bebe, se fuma, se folla, los niños se arremolinan en torno a la linterna mágica, las criadas se sientan a la misma mesa que los señores y se mezclan en las camas. Es una travesía de placer que no excluye las penas terrenales ni aparta la vejez o la muerte. “Debemos comprender el mundo, la realidad, y con plena conciencia criticar su absurda monotonía”, proclama el miembro más festivo de la familia.
berg-i
Y la luz. Sven Nykvist, su director de fotografía, fue el artífice en las décadas anteriores de los mundos oscuros y atormentados del director, pero aquí estalla en una disposición de colores que va ajustando la narración: las estancias festivas y brillantes de los Ekdahl; la austeridad blanquecina de la casa rectoral de Upsala; el carmesí abigarrado del misterioso judío. Una creación por la que Nykvist consiguió el Oscar a la mejor fotografía y que le abrió las puertas de Hollywood.
berg-iii
Tal vez el nuevo aliento de ‘Fanny y Alexander’ provenga de su directa conexión con la biografía del director, sin apenas mediadores de conciencia ni filtros religiosos. La publicación de sus memorias, de título ‘La linterna mágica’, a los cinco años del estreno, permite el reencuentro con episodios de su vida ya incluidos en la película, hasta el punto de poder considerar a Alexander como un trasunto suyo. Alexander, como el niño Bergman, recibe en Navidad el regalo de una linterna mágica, ascendida en la vida real a proyector cinematográfico. Como Alexander, Bergman atraviesa el juicio paterno de sus faltas, juicio público y terrible que acaba en palmetazos o latigazos. Y como Alexander, el niño Bergman esparce por la escuela la fantasía de que sus padres le han vendido a un circo, lo que trae más latigazos: “Casi toda nuestra educación estuvo basada en conceptos como pecado, confesión, castigo, perdón y misericordia, factores concretos en las relaciones entre padres e hijos, y con Dios.”
berg-iiii
Pero sobre todo Alexander observa el mundo como privilegiado espectador de una función teatral sin fin ni dirección, guiado por las revelaciones de su abuela: “De cualquier manera, todo es teatro. Unos papeles son agradables y otros no. Interpreté el papel de una madre. Y de repente, a una viuda, y a una abuela. Un papel sigue a otro”. El niño juega con su teatrillo de miniaturas, ve morir a su padre en un ensayo de ‘Hamlet’, deja al actor principal pidiendo ayuda entre la nieve sin soltar su espadín, sortea al fantasma paterno, y poco a poco va aprendiendo el sinsentido de la vida y el mandato de aprovecharla. En la escena final su abuela abre ‘El sueño’, de Strindberg –“ese sucio misógino”, dice- y lee lo que en cierta manera resume la película y la vida a ella adherida: “La mentira y la realidad son una. Todo puede acontecer. Todo es sueño y verdad. El tiempo y el espacio no existen. Y sobre la frágil base de la realidad, la imaginación teje su tela, y diseña nuevas formas, nuevos destinos”.

(publicado en La sombra del ciprés el sábado 3 de febrero de 2018)


febrero 2018
MTWTFSS
   1234
567891011
12131415161718
19202122232425
262728