Repaso y vuelvo a repasar los datos del padrón segoviano con la esperanza de tomar el asunto por el lado positivo. Trato de hallar la botella medio llena, en la España vacía. Pero la tarea es difícil y requiere mucha dosis de alegría para dar la vuelta a esta tortilla del censo sin que se escurra por los lados. Porque si hablamos de habitantes, la provincia se encuentra en evidente decadencia hasta asentarse en la antepenúltima plaza, solo superada por déficit de pobladores por Teruel, que sí existe pero poco, y Soria, que existe aún menos pero que siempre resiste pura y bella.
Segovia se queda sin gente es la primera lectura. Ciudad y provincia. Dos mil menos en el año que ha terminado y casi un descenso de diez mil –la mitad de ellos inmigrantes–en un lustro. Es para que nos rilen las piernas por esta desventura ya intrínseca a los últimos ejercicios. Todos los años por estas fechas nos desayunamos unos datos que se enfrían y caen como una tostada al suelo, siempre por el lado de la mantequilla. No levantamos cabeza y aunque la provincia de Teruel todavía está a quince mil habitantes de los 155.652 segovianos de residencia, por delante se antoja difícil alcanzar a nuestra vecina Ávila, ya a siete mil de distancia en el cuarto puesto por la cola de la lista.
Esa es la primera impresión. Sin embargo, como les digo, si se vuelven a leer las cifras y con lenguaje diplomático podemos embelesar algo a los pesimistas y como en la divertida vida de Brian miremos el lado brillante de la vida, silbemos y cantemos mientras la realidad de la despoblación nos crucifica. Veamos pues las cosas buenas como que Cuéllar es de nuevo el municipio con más habitantes después de la capital hasta llegar a 9.501. Ha recuperado el aliento y tras años de caída asoma la nariz con ánimo ante la llegada de sus Edades del Hombre, cuyas consecuencias económicas puede que fijen esa tendencia al alza. En la otra orilla, El Espinar que se ve superado al bajar tres puntos y cuenta ya con 300 empadronados menos que la villa cuellarana.
El regocijo va por barrios y en el alfoz de Segovia lleva instalado un buen puñado de años para complacencia de quienes un día decidieron dejar la ciudad y los municipios más alejados para asentar sus posaderas en los aledaños de la capital, donde el ladrillo es más barato y aún puede percibirse la sensación algo engañosa de vivir en un pueblo. Palazuelos, La Lastrilla y San Cristóbal continúan en cabeza en las preferencias de la mixtura de los rurales-urbanos o, al revés, que cada uno siente lo que considera. En el otro lado, el de los clásicos, otrora ilustres cabeceras de comarca, el censo brilla cada vez menos y le hace falta más de un empujón hacia arriba. El Real Sitio, Cantalejo, Nava de la Asunción y Carbonero caen poco, pero caen, como lo hacen las localidades históricas de Coca, Ayllón, Sepúlveda, Turégano o Santa María la Real de Nieva.
El asunto no pinta bien en este padrón lacónico que componen los 209 municipios segovianos, incluida la capital, de los que 75 poseen menos de un centenar de habitantes. Eso es defenderse y aguantar, pero también pasear por el filo de esa navaja que puede desplegar un futuro gobierno que apueste por agruparlos. El día de esa renovada división administrativa llegará, aunque mientras eso ocurre nadie arrebata el entusiasmo a quienes siguen aferrados a su tierra a la espera de un milagro. Esto es porque ahora es invierno, me dicen en el despoblado nordeste. Pero ya vendrá el verano y entonces pasarán a estar en el lado brillante del censo.