Al final, ‘el Otro’, como llamaba a su enfermedad ha podido con Oriana Fallaci. Ella fue un mito de mi adolescencia, en esos años en que empezaba a contagiarme con el virus del periodismo y la escritura. Me parecía inmensa. Una mujer que era corresponsal de guerra, que se entrevistaba con los líderes mundiales, que demostraba que las mujeres también podían tener voz en la primera línea de la actualidad mundial. Arriesgada, polémica, atractiva… todo un personaje que el tiempo –como suele ocurrir– fue dejando en un tamaño más justo. En los últimos tiempos mi admiración se había trastocado en incomprensión. No puedo compartir sus últimas teorías que la llevaron aa escribir ‘La rabia y el orgullo’ un libro que, a su vez, la llevó a los tribunales en Francia y en Suiza acusada de xenofobia.
Pero este final no quita para que se le reconozca que fue una periodista de raza, de las que no tenían miedo de hacer su trabajo. Hoy que la comodidad convive con la audacia ignorante. Dicen que tardó en poner remedio a su enfermedad porque cuando descubrió el tumor estaba en plena traducción de su libro ‘Inshallah’. Una vez más, antes que nada la escritura, aunque se pague un precio tan alto.