Leo unas declaraciones del alcalde de Arganda del Rey, localidad madrileña que aspira, al parecer con muchas posibilidades de éxito, a ser sede del Festival Rock in Rio, cita musical que servirá para inaugurar uno de esos ‘macro espacios’ que sirven para ‘poner en el mapa’ a los pueblos o ciudades que los acogen. La ‘Ciudad del Rock’ de Arganda se resume en esto: 200.000 metros cuadrados de superficie (20 estadios como el Santiago Bernabéu, especifican las agencias para que no haya dudas), capacidad para 100.000 personas, 40 tiendas, seis grandes restaurantes… Yo solo de leerlo ya me agobio.
¿Se imaginan la cantidad de publicidad directa e indirecta que será necesaria de aquí al 2008 para conseguir que el susodicho Festival sea un éxito de público (único parámetro por el cual ahora algo se convierte en éxito o fracaso, es decir, la ‘rentabilidad’) y hasta los birmanos sean capaces de situar a Arganda del Rey en el mapa mundi? ¿Se imaginan la cantidad de cosas de las que se dejará de hablar porque al lado de semejante ‘macroevento’ ya nada alcanzará el nivel necesario para ser considerado de interés general? ¿Empiezan a ver como se enrosca la pescadilla que se muerde la cola?
Definitivamente, la era macro desarrolla el gen masoquista de la gente. Y no solo por lo incómodo que debe de resultar –yo la verdad no practico porque las masas me dan miedo– asistir a un concierto soportando empujones, horas de espera, decibelios insultantes para cualquier mediana sensibilidad auditiva… Cuando el ‘share’ se ha convertido en la mayor amenaza de cualquier programador, promotor, editor, especulador, en el filtro que tapona las iniciativas delgadas y apuesta por las de trazo grueso, ampliamos los aforos y afilamos la espada de Damocles. Y todo para que luego la mega estrella de turno haga un mega corte de mangas tipo ‘stones’ y nos deje atragantándonos con nuestros ríos de tinta.
No sé… ¿Tanto tenemos que comprar como para que se justifiquen todos los hipermegamercados que se proyectan en Valladolid? ¿Tantos coches tenemos que aparcar que justifiquen todos los superagujeros que infringimos a las ciudades? ¿Tantos turistas son necesarios para que nos acabemos cargando a base de hiperhoteles, mega-centros-de-ocio y demás horteradas ‘king size’, a menudo además delictivas, aquello por lo que se supone que nos visitan los turistas?
Vivimos épocas de macroconfusión y en medio de ese río revuelto todo lo que no es susceptible de ser bendecido por una estadística favorable queda en el margen. El asunto es que cada vez hay más cosas en el margen convertido en auténtico agujero negro. Temo por los pequeños cafés, por las pequeñas librerías, por las editoriales independientes que además se atreven con la poesía, por los pequeños cines que se atreven con la versión original y otras rarezas, por los pequeños teatros, por los pequeños-grandes refugios. ¿Quedarán barridos por la megaordinariez?