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Retazos de vida

Publicado en El Norte de Castilla el 15 de febrero

A veces voy mirando al suelo y otras al cielo. Estado de ánimo, supongo. Cuando miro al cielo, frecuentemente me quedo enganchada a mitad de camino. Una cortina entrecerrada, una ventana abierta, una luz que deja entrever el interior y ya estoy colgada de un espacio al que no he sido invitada. Me gusta colarme así furtivamente en las casas ajenas. Pero solo un poco. Aunque parezca mentira no me interesa nada de la vida de los demás, salvo que esos ‘demás’ sean mi gente. Pero me encantan las historias que me cuento partiendo de una lámpara, del color de una pared, de la esquina de una estantería. Imagino a sus dueños, les coloco un pasado, a veces un trabajo, trato de adivinar cómo se gana la vida el que colocó ese cuadro en la pared, si está casado y tiene hijos y en qué tipo de colegio estudian. Mido su grado de felicidad basándome en la iluminación de su cuarto.
Son pequeñas historias que no van a ninguna parte, ni siquiera al papel. Que se suceden a toda velocidad cuando en el camino aparece otra ventana, otro retazo de vida. A veces llevan prendido un escalofrío, un calambre en el estómago, una angustia tan fugaz como la visión, porque esa verja del portal, esa sombra en la pared, la forma de ese marco te instalan de golpe en el pasado, en algo perdido y olvidado en algún rincón no explorado de la memoria. Otras, ese paisaje vital encerrado entre las líneas del balcón me cuenta historias de amoroso cuidado, de gusto por el detalle, de defensa de una pequeña belleza cotidiana, de objetos que sobrevivieron al paso del tiempo, a todos los vaivenes de la existencia, y que son como estandartes contra la desmemoria. En contadas ocasiones pienso que podría llamar a esa puerta y charlar con el dueño o dueña de esos objetos, de ese mínimo espacio vital que adivino confortable.
Últimamente esos retazos de vida me llegan impuestos, sin que nada los convoque. Me ocurre sobre todo en el transporte público –fuente inagotable de historias– cuando una musiquilla impertinente avisa de que un móvil está a punto de sacarnos de nuestro ensimismamiento. Apenas inicio el juego de imaginar la personalidad del que eligió tan absurda sintonía, la realidad se impone con fuerza. Es difícil modular la voz en los espacios cerrados, supongo. Y eso te obliga a participar impúdicamente en un episodio vital que no te corresponde. Aparece así una enfermedad, la habitación de un hospital, una separación traumática, la historia de alguien que no se recupera de un abandono, la de otro alguien que ha encontrado por fin acomodo sentimental. Imposible evadirse. Imposible, casi, pensar en otra cosa. Intentas entonces no mirar a la cara de quien tan alegremente te hace partícipe de sus intimidades por no parecer cotilla. Así que el resto del viaje lo haces con el cuello en tensión, deseando que llegue tu parada y puedas volver a tus historias, al fin y al cabo inofensivas.

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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