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Otro 22 de febrero

Publicado el 22 de febrero en ENorte de Castilla

No me gustaría estar esta tarde en ningún otro sitio que en el jardín delantero de su casa. De la que fue su casa. Ni en otra compañía que la vuestra, la que el tiempo me fue deparando poco a poco. Desde aquel primer ‘núcleo duro’ (Ignacio, Jesús, Petra, Concha, Juan, Elías, Luis Javier) al que se fueron añadiendo nombres (Claudia, José Antonio, Carmen…) Y escuchar las mismas palabras, las viejas y queridas palabras, vestidas con voces distintas, unas veces seguras, apasionadas, y otras vacilantes. O recuperar las de quienes escucharon la suya en directo aunque no fueran conscientes entonces –ni muchos años más tarde, claro, porque eran muy niños– de que aquel señor que intentaba que aprendieran algunas nociones de francés iba a morir tal día como hoy, lejos de su casa –de todas las que fueron sus casas– como un exponente del daño colateral y cruel de una guerra que se llevó por delante tantas esperanzas.
Aquella primera vez pudo parecer todo un poco ingenuo. Pero tenía el encanto de lo sencillo. Total, que nos abrieran la verja, que dejáramos las flores junto al busto que le hizo Emiliano Barral y que los voluntarios se arrancaran con algún poema. Hacía frío, porque en Segovia lo normal es que haga frío en febrero y más en esas horas ya nocturnas. Pero nos daban calor las palabras de Paco y sus recuerdos –te echamos de menos, Paco– que nos hacían tener melancolía de lo no vivido, que es de las más raras de las melancolías. Y luego venía lo mejor. Lo que más nos gustaba, por lo menos a mí. Que era entrar en la vieja pensión, entonces ya no más pensión sino la casa de Doña Luisa que había conservado su hogar hasta el final. Y recorrer las estancias amuebladas con lo mínimo. Con esa digna austeridad que ahora nos parece casi extraterrestre. Cada vez que recuerdo esa primera vez pienso en la luz amarilla de la tulipa del comedor, en el hule de la mesa y en las baldosas del suelo. Pero sobre todo me acuerdo del entusiasmo, de esa cosa tan poco glamourosa y tan pasada de moda que es el entusiasmo. El nuestro.
Ahora una exposición –la tengo pendiente– conmemora su paso por la ciudad con todas las bendiciones e inauguraciones convenientemente presididas y con la polémica al uso. Que si estuvo primero allí, que si allá fue después… Y esas banalidades que nada tienen que ver con el personaje, pero que se le adhieren como la ceniza del cigarro que dejaba caer sobre su traje, dicen que siempre algo descuidado. Tampoco me importaría estar hoy en Colliure, cerca del mar que le acompañó en las últimas horas para comprobar –otra vez– que lejos de los homenajes rimbombantes aunque también necesarios, hay quien silenciosamente cuida de su tumba y nunca sale en ninguna foto, ni nadie le da las gracias.
Siempre decimos que de un poeta nos queda lo mejor que son sus versos. Nosotros de Antonio Machado guardamos, además, aquellas tardes inolvidables

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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