Toda actividad humana requiere momentos de parada y reflexión. Tiempos ‘muertos’ como en el deporte en el que se revisen los proyectos, las estrategias, las condiciones en que se desarrollan y se mire al horizonte con perspectiva. Si hay un trabajo en el que esta necesidad parece evidente es el periodismo. Acuciados por la prisa, presionados por la necesidad, y en ocasiones obsesión, de llegar los primeros y por las condiciones que imponen las nuevas tecnologías los periodistas necesitamos parar, preguntarnos si lo que estamos haciendo se ajusta a lo que la sociedad exige o debe exigir a un profesional de la comunicación.
Una oportunidad para el análisis en conjunto es la que ofrece desde hace tres años la Fundación Santillana a los periodistas culturales de este país. Citas para compartir experiencias, para poner en común nuevos retos y para, entre todos, alertarnos de los nuevos modos y las nuevas realidades que surgen en nuestra área profesional. Por eso desde hace dos años este encuentro tiene ‘tema’ y en la última cita, celebrada recientemente en el imponente edificio que Renzo Piano ha diseñado para albergar la Fundación Botín en Santander, el tema fue la diplomacia cultural, ese llamado ‘soft power’ con el que se tienden puentes que en ocasiones la diplomacia ‘real’ no llega a establecer. Apasionante y complejo asunto en el que a través de las exposiciones de los expertos se fue dibujado un mapa de orografía complicada que analizó desde el papel de las instituciones diplomáticas, a la realidad de la marca España, pasando por el papel del Instituto Cervantes, de las exposiciones universales o las apuestas políticas por las grandes franquicias museísticas.
Los periodistas nos vemos llamados a navegar entre los acontecimientos en los que el titular a cinco columnas está prácticamente asegurado por la calidad de la apuesta, el peso de las instituciones promotoras o la eficacia de un marketing capaz de soslayar las debilidades reales del `’evento’ y otros que desde presupuestos aparentemente menos ambiciosos esconden el peso específico de lo trascendente. Sería, por citar mis palabras en la introducción de una de las mesas de debate, tener los ojos abiertos entre las cifras llamativas de la macroeconomía, en este caso de la ‘macrocultura’, y la realidad de la microeconomía. Y puse como uno de los posibles paradigmas de esa diplomacia cultural que se establece desde el impulso creador la exposición que estos días muestra El Museo del Prado en la sección Obra Invitada. El diálogo que la artista iraní Farideh Lashai estableció pocos años antes de su muerte con los ‘Desastres de la Guerra’ de Goya es el mejor ejemplo de cómo el arte tiende puentes más allá de la distancia que imponen los siglos, las culturas y los gobiernos.
Es nuestro deber saber encontrar el criterio que nos permita iluminar lo verdadero en cualquier dimensión y hacerlo con el espíritu crítico que reclamó en la clausura del congreso su director, Basilio Baltasar, y que se supone en nuestro ADN profesional.
(Columna publicada en la edición impresa de El Norte de Castilla del 22 de julio de 2017)