Fuera de las salas, ayer era en nuestro país ‘otra’ jornada ‘histórica’. Otra agotadora y tensa jornada histórica que, mientras escribía estas líneas aún estaba en pleno suspense. Este paréntesis vital que es la Seminci, para quienes la seguimos intensamente, se nos antojaba este año más apetecible que nunca por su inmediatez balsámica. Teníamos cierta sensación de alivio: pensar que durante unos d ías podríamos esquivar la realidad, la dura realidad de esa especie de película de ciencia ficción en la que venimos sumidos desde aquella distópica sesión del Parlamento catalán del pasado septiembre.
Pero el cine, por fantástico que sea, siempre nos toca de cerca. Al menos mientras lo sigan haciendo seres humanos y no una máquina siguiendo algoritmos. Y dio la casualidad que las dos películas programadas en pase de prensa de la Sección Oficial de la mañana de ayer me (hablaré por mí) hicieron pensar en el conflicto catalán, también llamado ‘el procés’.
Sobre todo la primera, ‘El insulto’, apreciable filme de Ziad Doueiri: el relato de un conflicto casi doméstico que acaba en los tribunales y enfrentando a dos comunidades religiosas ya enfrentadas de antemano. Estamos en el Líbano y una cañería ilegal puede encender la mecha de una revuelta callejera. No sabemos si intencionadamente o no, (si hacemos caso a su director, no) el mensaje que rezuma la película es claro: las heridas que deja una guerra, o ‘conflicto bélico’ como nos gusta llamarlas para suavizar, son difíciles de cicatrizar, las heridas duran tanto que parece increíble que la gente no aprenda del pasado y deje que los intereses políticos cortoplacistas, la falta de diálogo, los malos entendidos y la insolidaridad ganen la batalla de la división cuando son más las cosas que nos unen que las que nos separan. Y solo tenemos una vida. Doueiri, sin embargo, a pesar de haber ambientado su film en el Líbano, de haber enfrentado en él a un miembro del Partido Cristiano y a un palestino, y de haberse tenido que plegar al deseo del Gobierno libanés de especificar que ‘las opiniones vertidas en el filme son exclusiva de su director’, aseguró una y otra vez en la rueda de prensa que estaba al margen de debates y polémicas políticas (?). ‘Nadie tiene el monopolio del sufrimiento’, dice uno de los personajes en un momento clave de la película. Amén.
La segunda, ‘Bajo el árbol’ cuenta, inicialmente en tono de comedia, cómo un aparentemente banal conflicto entre vecinos puede acabar en tragedia casi griega. Y eso que estamos en la fría Islandia. Aquí sí, su director, Hafsteinn GunnarSigurDsson, reconoce que ha querido mostrar que la violencia nunca es el camino. Una bola de nieve va creciendo en el corto verano islandés. Gente herida que, o bien acaba proyectando su dolor en asuntos nimios, o es incapaz de gestionar sus emociones. Si en ‘El insulto’ hay una luz al final del camino, en ‘Bajo el árbol’ solo queda una sombra heladora.
Detrás de ambas, sendos buenos cineastas que es de lo que se trata.
(Columna publicada en el Suplemento de Seminci de la edición impresa de El Norte de Castilla del 27 de octubre de 2017)