EL PALACIO DE QUINTANAR EXHIBE ‘DIARIO DE UN SUMERGIDO’, NUEVE AÑOS DE TRABAJO DEL ARTISTA
No se entendería la pintura de Mon Montoya sin su relación con la literatura y con la escritura. Con la literatura como ese espacio donde se construyen mundos imaginarios, relatos de memoria y olvido; y con la escritura, entendida en su sentido más físico, la mano que con un pincel escribe palabras dibujadas sobre el lienzo. Montoya ha salido a la superficie después de nueve años de silencio expositivo. ‘Diario de un artista sumergido’ es una novela escrita en cien capítulos, unos más extensos, otros breves como aforismos..
Aún hay tiempo de leer con detenimiento esta historia que se muestra en el Palacio del Quintanar de Segovia hasta el 28 de este mes. Me pregunto al verla por las razones, las raíces de la potencia creadora de este artista que lleva cincuenta años dedicado con tesón y pasión a su arte. Y no acierto a responderme; solo imagino un punto de partida: saberse pintor y no otra cosa, creer que, al margen de egocentrismos y otros aderezos insustanciales que a veces acompañan esta labor, él vino al mundo para comunicarse y explicarse a través de sus lienzos y papeles.
Nueve años que han dado para tanto… Visto el resultado, dos logros parecen evidentes, por un lado, haber conseguido materializar un lenguaje propio, un ‘estilo’ inconfundible, la seña de identidad de una trayectoria; por otra saber que la vida, o sea el arte, se construye afrontando riesgos, eso que nos hace evolucionar.
El riesgo en esos cuadros de gran formato, (cuatro por dos, tres por dos…) para los que hace falta no solo fuerza física y mental sino auténtica vocación. Si tuviera que encuadrarlos en un género literario, por esa relación expresada al comienzo de este texto, diría que son verdaderas novelas gráficas. En ellas, Mon Montoa demuestra que ese mundo sumergido del estudio tiene las ventanas abiertas. Y en esos cuadros está la violencia y el humor de lo que nos pasa. La ironía que es el arma de la inteligencia para superar los momentos más oscuros. Los comparo con otros grandes cuadros de etapas pasadas y veo que hay un mayor abigarramiento de personajes, de signos, de esa escritura que es seña de identidad. Ese barroquismo del que él mismo habla cuando se refiere a su pintura y ese ‘horror vacui’ que la caracteriza. Es lógico ese abundamiento. La vida va pasando y la mochila que cargamos a la espalda es cada vez mayor. Biografía e historia. Pero no pesa tanto la mochila como para restar energía a su trabajo, más bien al contrario. Y si hubiera que seguir poniendo etiquetas literarias a estas obras hablaría de autoficción. Y una vez más el artista casi sin darse cuenta está en el día a día de lo que pasa a su alrededor.
En la trayectoria de Mon Montoya siempre ha habido nombres que componen una especie de santoral laico: Lorca, Miró, Klee… Añadiría Dubuffet, Mondrian. Y en sus lecturas apasionadas velan Rilke, Gamoneda y de forma especial Luis Javier Moreno. Al poeta y amigo segoviano dedica la serie ‘Rota’, basada en ese complejo poema en el que su autor vuelca también un poliedro de referencias personales. También Italo Calvino está presente en la exposición a través de su particular lectura de ese auténtico poema en prosa que es ‘Las ciudades invisibles’. La literatura siempre en paralelo a su pintura, desde el acertado título de la muestra que inevitablemente nos remite al ‘Diario del artista seriamente enfermo’ de un Gil de Biedma que también anduvo por estos pagos.
En la intimidad de los papeles está el germen poético que anida en su obra. El acuarelista que nada en los pigmentos porque nadar se ha convertido en una necesidad física ‘real’ y él necesariamente también la ha convertido en argumento de su relato artístico.
No se agosta este diario en una sola visita. Hay tiempo para leerlo con calma.
(Las fotografías de la exposición son de Antonio Tanarro)
‘Diario de un sumergido’: cien obras de Mon Montoya
Palacio de Quintanar. Segovia. Hasta el 23 de octubre.