“Delhi es una herida abierta y nosotros somos una tirita”. La frase la pronuncia Nadeem en el documental ‘All that breathes’, incluido en la Sección Tiempo de Historia del Festival. Me preguntaba, al escucharla, cuántas tiritas florecen en el mundo intentando taponar las heridas que la violencia, la pobreza, el exilio, la destrucción de los ecosistemas jalonan este mundo enloquecido. La tirita de Nadeem y su hermano Saud es mantener abierto un centro de recuperación del milano negro, una especie vital para el dañado ecosistema de una urbe altamente contaminada como Nueva Delhi. Los milanos caen a decenas muertos por la acción humana y hasta su ‘centro de recuperación’ (llamémosle así a su sótano inundado con los monzones, precarizado con los cortes de luz y sus muy rudimentarios recursos) llegan decenas y decenas de milanos con las alas rotas u otro tipo de daños.
En su proyecto se fijó el director indio Shaunak Sen, estudioso y experto en cine documental, que consiguió con este film el premio a la mejor película del género en el Festival de Cannes. Sen aúna con inteligencia el núcleo central de la vida del proyecto con pinceladas sobre las circunstancias familiares de los hermanos, el convulso momento que vive la ciudad y el país, por los disturbios religiosos, y hasta una breve mirada al contexto internacional y el ‘ruido atómico’ que se cuela en los informativos.
Y aún nos regala la belleza del vuelo de las aves y la belleza, sobre todo, de las personas que, conscientes de que todos respiramos del mismo aire y compartimos la misma casa, trabajan día y noche por hacerlos más respirables. En su sentido global. También nosotros vamos respirando cuando la cámara nos acerca la belleza de estas aves.
¿Sirve de algo este esfuerzo y el cine que lo refleja? Por supuesto que sí. Aunque nunca se deba perder de vista el cine como arte, aun en el plano del cine documental, del cine testimonio.
¿De qué nos sirve mirar fijamente a los ojos de los niños que son recogidos en un refugio seguro (todo lo seguro que se puede estar en un país en guerra) situado en algún lugar del Este de Ucrania si no podemos parar tanta tristeza? Como los milanos de ‘All that breathes’, los niños de ‘A house made of spliters’ son apartados del horror cotidiano por personas que dedican sus horas a hacerles la vida más llevadera y, si es posible, dotarlos de una esperanza de futuro. El documental que dirige el danés Simon Lereng Wilmont, que consiguió el premio a la mejor dirección en su apartado del festival de Sundance, es un film clásico del género. Más cerca del periodismo que del cine realidad Lereng nos invita a mirar a los ojos de los daños colaterales de la guerra. Esos niños, de bebés a adolescentes, cuyas vidas han sido paralizadas por las bombas, el alcoholismo de padres desesperados, la pobreza y el desarraigo. Conocemos a Eva, a Sasha, a Polina, a Kolya y a sus cuidadores. Casi todas, cuidadoras. Vemos su día día, los esfuerzos por hacer amigos, la rabia que en ocasiones llevan dentro, su necesidad de afecto, sus ojos, sobre todo sus ojos, incapaces de disimular lo que a pesar de su corta vida han sufrido ya.
Solo una nota al margen en cuanto a la forma del film: ¿de verdad es tan necesaria la cámara al hombro tratándose de documentales? ¿Aporta algo ese temblor? ¿Nos parece así más real? Yo no lo creo.
SECCIÓN OFICIAL
Pero vayamos a la Sección Oficial. Desde hace unos años, Seminci apuesta por inaugurar el certamen con una película española. Buen propósito. Otra cosa es la calidad del film. Este año el honor ha recaído en el último trabajo de Félix Viscarret, autor de cintas como ‘Bajo las estrellas’ o ‘Vientos de La Habana’. En televisión vimos su serie ‘Patria’, adaptación de la novela homónima de Fernando Aramburu. En esta ocasión ‘No mires a los ojos’ adapta o se inspira en la novela de Juan José Millás ‘Desde la sombra’.
Viscarret suele inspirarse en novelas para su trabajo. Leonardo Padura ha sido objetivo en otras ocasiones. Ahora asume el reto difícil de llevar a la pantalla esas atmósferas entre la realidad y el sueño, la cordura y la locura que son marca de la casa del autor de ‘El desorden de tu nombre’.
Centrémonos en la película. Damián es un tipo raro, solitario, sin amigos ni familia que, de la noche a la mañana, es despedido del trabajo. Para esconderse de su jefe que le persigue por su violenta reacción ante la noticia, se mete en un armario ropero antiguo que acaba en la casa de una familia acomodada, compuesta por una pareja de su misma edad y su hija adolescente. Aunque puede escapar sin ser visto, Damián (encarnado por Paco León) se siente atraído por la casa, la familia, sobre todo por la madre, Lucía, (Leonor Watling) y decide quedarse como un observador, una especie de fantasma con poderes, pues, como nadie sospecha de su presencia, puede influir en las vidas de los observados.
Argumento fascinante de no tan fascinante realización. La película arranca con fuerza que va perdiendo a medida que avanza. Lo que ocurre en la casa y en el armario del dormitorio principal que sirve de refugio al protagonista (o sea, la realidad) y lo que ocurre en su mente (que él transforma en imaginarias entrevistas que concede a un programa de tele basura y a un informativo más serio) se van intercalando, pero se alargan demasiado. Los actores cumplen su papel, a los mencionados les acompañan Alex Brendemühl, Juan Diego Botto y María Romanillos (y un impresionante, dicho sea de paso, Iñaki Gabilondo haciendo de sí mismo) pero sorprende la elección de esa pareja ficticia que acabarán formando los personajes de Paco León y Leonor Watling por la ausencia de química entre ellos, aunque sea en una dimensión paralela.
MÁS ANIMALES
Eo no es Platero, ni tampoco Cabriola, aquel caballo de carga que tanto hizo llorar a los niños de varias generaciones en la almibarada película de Marisol. Pero este burro gris de mirada melancólica también conoce en sus carnes los dos lados de la humanidad: la más cruel y la más empática. Del circo al matadero seguimos sus pasos y vemos el mundo casi con sus ojos. El polaco Jerzy Skolimowaki, el más veterano de los directores a concurso en la Sección Oficial del certamen, lo ha elegido para poner el acento en la crueldad que soportan nuestros compañeros de viaje en el reino animal y cómo nos superan tantas veces en nobleza e inocencia. Y de paso hacer un guiño al maestro Bresson y su ‘Au Hasard Balthazar’. Esta breve película (¡una película breve en estos tiempos!) con el metraje justo tiene momentos de buen cine, imágenes creativas que nos llevan hasta los sueños del burro, que recuerda a la única persona que le quiso de verdad, y una banda sonora que suple con intensidad la normal ausencia de diálogos.
Y llegamos a la esperada ‘Decision to Leave’ del multipremiado y querido por la crítica director coreano Park Chan-wook, de cuya batuta han salido cintas como ‘Sympathy for Lady Vengeance’, ‘Stoker’ o ‘La doncella’. En la que presenta en Seminci se mezclan amor y crimen en la historia del riguroso detective que, investigando un asesinato, se enamora de la mujer de la víctima, al mismo tiempo principal sospechosa. Nada que no hayamos visto en cuanto al argumento y nada que no se pueda contar en menos de los 138’ que dura el film y, sin embargo, qué placer es asistir a una película tan bien realizada, tan bien acabada, filmada con tanto talento y guionizada de tal forma que no haya que perder un segundo de atención para asistir a los vaivenes de sus protagonistas. Aunque más que en los entresijos de la trama policiaca el director nos lleva a los personajes, a sus miradas en corto, a su tambaleante psicología, a los planos cenitales de enorme belleza bajo los que planea una banda sonora que tiene a Mahler entre sus integrantes. Lo dicho. Un buen plato de cine grande. Por cierto, eso pensó el jurado de Cannes que le dio el premio al mejor director en su última edición.