CUANDO LA BELLEZA ESCONDE UN MISIL
En el fragor maratoniano de un festival de cine se agradece que llegue una película como ‘Las ocho montañas’. Dejarse llevar por los planos aéreos que sobrevuelan los Alpes italianos, con su enmudecedora belleza; pensar que la Naturaleza (aunque ningún montañés que se precie hable de Naturaleza en abstracto, sino de algo tan concreto como el nombre de un río o un lago) resiste muy a pesar nuestro no deja de ser gratificante. Si, además, la historia está bien contada y, por ajenas que sean nuestras experiencias como espectadores urbanitas, encontremos en ella los puntos en los que vernos apelados y concernidos, no se puede pedir más.
Ese descanso agradecido me hizo sentir el film que firman a dúo Félix von Groeningen y Charlotte Vandermeersch, basado en la novela homónima de Paolo Cognetti. Historia del niño Pietro, un turinés tímido y solitario, hijo de un ingeniero y una maestra que conoce en su primer veraneo en la montaña a Bruno, un niño de su misma edad y peripecia vital opuesta. Bruno es hijo de un albañil siempre ausente y sobrino de un matrimonio montañés que vive de la ganadería y de la fabricación de quesos. Bruno no conoce más horizonte que el de las montañas que rodean su aldea y es probable que ese sea su horizonte de por vida. Historia de una amistad que se prolonga en el tiempo, aunque, como suele ocurrir cuando llega la adolescencia y primera juventud, lo que parece inamovible se convierta en prescindible y durante 15 años no sepan el uno del otro. El reencuentro significará la profundización de un afecto que marcará sus vidas para siempre.
Hay ‘montañas’ a las que es imposible volver. Esta es una de las enseñanzas vitales de una historia distinta (lo que se agradece también) que no debe confundirnos. No nos dejemos llevar, o sí, por la belleza de los planos alpinos (rodados en formato 4:3), de los escarpados picos y los lagos interiores, los glaciares y sus luces. ‘Las ocho montañas’ encierra un misil a la línea de flotación de nuestras seguridades. ¿Conocemos de verdad a nuestros padres? ¿Nuestra mirada demasiado cercana nos desdibujó su verdadera personalidad? ¿Puede alguien ajeno a nuestra familia conectar con ellos mejor de lo que nosotros fuimos capaces o de lo que ellos supieron mostrarnos? Esas preguntas caben en la mente de Pietro cuando el tiempo ya no le permita encontrar las respuestas en directo. ¿Por qué hay personas que parecen tener claro desde la línea de salida cuál será su lugar en el mundo y a otros les cuesta tanto encontrarlo, si es que alguna vez lo consiguen? Otra montaña o ecuación imposible.
Hay obras que bajo una apariencia amable nos perturban. ¿Recuerdan ‘Un lugar en el mundo’, de Adolfo Aristarian? Si sus creadores son capaces de contarlas con verdad, si, en el caso del cine, sus directores encuentran los vehículos adecuados para hacerlo (en el caso de esta película los actores Luca Marinelli y Alessandro Borghi, de quienes valen tanto sus miradas como sus silencios) el resultado no puede dejar indiferente. No lo fue para el jurado del pasado Festival de Cannes que le otorgó su premio.
La realización de la historia hace que perdonemos el exceso de metraje y una banda sonora que rompe el clima. Nada es perfecto.