Carlos Marques-Marcet (10.000 Kilómetros’, ‘Los días que vendrán’) ha elegido la estética preciosista y el artificio elegante para acercarse al que está siendo un tema estrella en el cine reciente: la muerte o cómo afrontar los últimos momentos de una vida. Aceptadas esas claves, que pasan por la introducción de coreografías visualmente muy potentes en momentos álgidos de la historia, es decir, si se acepta que el 30 por ciento al menos del filme no se cuenta en modo realista, el espectador tiene muchas oportunidades para el disfrute. Un riesgo calculado, una apuesta por la belleza en encuadres, paisajes y coreografías y hasta un punto de humor negro alivian el dramatismo del tema: una mujer enferma, actriz de éxito, que no quiere sucumbir al deterioro de la enfermedad y decide acudir a una clínica en Suiza para una muerte asistida y un marido aún enamorado después de una larga convivencia dispuesto a seguir sus pasos. Contar con Ángela Molina, a quien la cámara siempre quiso y con un actor como Alfredo Castro es rodar sobre seguro. El proyecto largamente concebido, según contaba su director en la rueda de prensa posterior al primer pase de la película, contaba desde el minuto uno (antes de una primera versión del guión y mucho antes de pensar siquiera en el reparto) con la complicidad de la compañía de danza La Veronal (qué magnífico trabajo el suyo con su director Marcos Morau al frente), y con la música de María Arnal. Todo contribuye a la buena factura del puzle.
Se puede decir que la 69 Seminci ha comenzado en alto.