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69 Seminci. Toma 2. Entre lo mejor y lo prescindible

‘THE BRUTALIST’ Y ‘CHRISTMAS EVE IN MILLER’S POINT’ MARCAN DOS POLOS ENTRE LO MÁS RECIENTE DE LA SECCIÓN OFICIAL

 

‘The brutalist’, el filme que Brady Corbet presenta en Valladolid con carácter de estreno en España (no pasó por San Sebastián) es, junto con la película de apertura de esta Seminci, lo mejor que se ha visto hasta ahora en su Sección Oficial. Cuenta la vida de un arquitecto visionario iniciador del brutalismo, de nombre Laszlo Toth. El largometraje (largo como corresponde a una tendencia que triunfa en salas y festivales de toda índole y que motiva la recurrente pregunta a la salida de si ¿‘eso no se habría podido contar en menos tiempo?’) cuenta la llegada del protagonista a EEUU huyendo de la persecución nazi, sus difíciles comienzos, el encuentro con un mecenas dispuesto a llevar a cabo sus visionarios proyectos, la reunificación con su esposa que tampoco será el final feliz esperado… Luces y sombras de la vida de un personaje controvertido que aúna la fe en sí mismo y la adicción a las drogas motivada a su vez por las heridas de la guerra. Muy bien defendido por Adrien Broy. En contra de lo que se ha dado a entender se trata de un personaje ficticio, aunque el director afirma haberse inspirado en varios arquitectos reales y en el movimiento denominado brutalismo para construir un film que es una rareza pues pocas veces el cine se ocupa de la Arquitectura. A ratos espectacular, a ratos íntima, cruda y amable a la vez consigue que las tres horas y media de su metraje se vean con agrado. Sucede cuando el cine cuenta una buena historia y la cuenta bien.

Contar bien usando una cámara es algo que hace habitualmente el portugués Miguel Gomes que en Valladolid defiende su última película ‘Grand Tour’. Si hay ahora mismo un director que maneje el blanco y negro con sabiduría y un sentido de la estética sin igual, es sin duda el autor de películas como ‘Tabú’ o la trilogía de ‘Las mil y una noches’. Lo hace aquí en este Grand Tour asiático que narra el viaje de Edward, un funcionario del imperio británico que desde Birmania emprende un dislocado viaje huyendo de su prometida Molly que a su vez ha viajado para reunirse con él y celebrar la boda. Ella, por su parte, decide tomarse la huida con humor y seguir sus pasos por los distintos países que componen el itinerario. Poco más, desde el punto de vista argumental. Sucede (a mí me sucede) que el cine de Gomes me alcanza más allá de la historia. Puedo conceder en este caso que quizá no hubieran sido necesarios los 129 minutos de duración pero cuando estamos ante un maestro conviene relajarse y disfrutar.

Lo mejor de ‘La cocina’ del director mexicano Alfonso Ruizpalacios es la maestría con la que ha traído hasta el momento presente la archirrepresentada obra del mismo título de Arnold Wesker que por segunda vez se lleva al cine (la anterior dirigida por James Hill). La obra se estrenó en 1957 y fue la primera y una de las más exitosas del dramaturgo británico encuadrado en el grupo de los jóvenes airados. En España, una de las últimas representaciones estuvo a cargo El Centro Dramático Nacional que la versionó en 2016 de la mano de Sergio Peris-Mencheta. La tensión que se vivía en la obra original ambientada en Londres durante la posguerra de la II Guerra Mundial, la mezcla de culturas, los sueños y deseos no cumplidos de gentes sin recursos, la opresión de los de arriba… todo está aquí girando en torno al tema que llena informativos, sesiones parlamentarias, encuentros internacionales: la inmigración.

Ruizpalacios traslada la acción a un restaurante de Manhattan donde los trabajadores mezclan acentos, tonos de piel, romances y odios solapados. La tensión se sirve en blanco y negro con provocadores movimientos de cámara, violencia gestual a raudales y breves momentos de calma. Y es uno de esos momentos, en los que durante un descanso del intenso trabajo cinco de los empleados fuman un pitillo en la calle y el protagonista les invita a contar sus sueños cuando el filme empieza a decaer, y a dirigirse a un aparente callejón sin salida del que nos saca un improbable y para mi gusto no acertado final simbólico que nada tiene que ver con el desarrollo del filme. Con todo, el objetivo de trasladar al espectador la tensión de un mundo en el que crece el número de gente que no podrá acceder a un trabajo y una vida digna  y la bomba de relojería que ello supone está conseguido.

Y vamos ahora con lo que apenas se sostiene. Es el caso de ‘Septiembre dice’ , el debut como directora de la actriz Ariane Labed, que ha trabajado con directores como Yorgos Lanthimos, Richard Linklater o Joanna Hogg. El problema de esta opera prima sobre dos hermanas muy unidas, Septiembre y Julio, no se sabe qué quiere contar ni cómo contarlo. Lo que empieza siendo un filme sobre el bulling escolar o la dependencia de un hermano mayor acaba casi en película de terror. La locura de la madre, la soledad del trío femenino, la oscuridad de la trama, reflejada en el color del filme, no acaban de componer una historia ni creíble ni atractiva y la película desciende por el mismo barranco en el que acaba.

Algo más claro está el ‘mensaje’ o mejor su ausencia en ‘Christmas Eve in Miller’s point’ que su director Tyler Taormina estrenó en la pasada Quincena de Realizadores de Cannes. Tercer largometraje del estadounidense y primero en mi lista de este autor, lo que me impide hacer comparaciones. La película se centra en una Nochebuena familiar, un tema no ya manido sino difícil de separar de los tópicos acerca de la hipocresía, el peso de las reuniones obligadas en Navidad y el cuñadismo en general, incluidas algunas gotas de ternurismo sobre la importancia del vínculo etc. Y Taormina no ofrece aquí singularidad alguna. Mucho ruido (griterío amplificado por la decisión de los responsables del Carrión de que no salgamos de este festival sin un problema en los tímpanos)  y poca sustancia. Música también lo que alivia en parte la sinsustancia de la película que quizá por una factura que intenta ser cool y cómica en dosis justas ha tenido la suerte de estar en dos festivales de prestigio. No puedo aventurar el por qué.

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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