El Festival muestra las esperadas películas de Bi Gan y Kelly Reichardt, así como lo último de Gabriel Mascaro y Fernando Franco
‘Resurrección’ venía a la programación del festival como uno de los acontecimientos de este año y probablemente se irá como tal. Su director, el también poeta y fotógrafo chino Bi Gan (Kaili, 1989), llegaba al certamen tras la fascinación suscitada por sus dos anteriores largometrajes, ‘Kaili Blues’ y ‘Largo viaje hacia la noche’ y el responsable de su programación, Javier Estrada, no dudó en calificar como de día histórico su paso por Valladolid al presentarlo en rueda de prensa tras el pase de prensa del film. ‘Resurrección’ es un ambicioso ejercicio de estilo sobre el papel de los sueños y sobre la evolución del cine durante el siglo XX. Homenaje a un arte atravesado por los avatares del desarrollo tecnológico desde la imagen muda a las posibilidades que un mundo atado a la tecnología ofrece al sistema. Los episodios de esta cinta de casi tres horas de duración atraviesan diversos géneros cinematográficos al tiempo que fijan los cinco sentidos del género humano.
Bi Gan reveló que, desde la proyección en el pasado festival de Cannes, donde obtuvo el premio Especial del Jurado la película había sufrido alguna transformación y que en esta ocasión intentó huir del plano secuencia que todos sus espectadores esperan en sus películas, pero no lo consiguió. “Es la técnica que me resulta más familiar y era coherente con lo que queríamos mostrar en ese episodio final, la noche de víspera del nuevo milenio”, afirmó ante los periodistas. Cuarenta minutos dura ese plano secuencia final que cierra una película con un arranque estéticamente muy logrado, con una precisión técnica arrolladora y salpicado de momentos poéticos pero que transcurren a distancia. Una distancia perfectamente medida que en teatro equivaldría a la imposibilidad de traspasar la cuarta pared. Añade Bi Gan que para él el cine es sobre todo juego, en este caso un jurgo gélido como la nieve que cubre el empleo budista de uno de los capítulos del film. Y sí, el espectador está invitado, aunque difícilmente se pueda sentir concernido. Se requiere de toda su afición y voluntad.
En el menú del Festival caben propuestas no ya diversas sino dispares y de la frialdad de Bi Gan se puede pasar sin solución de continuidad a la empatía calurosa amazónica de ‘El sendero azul’. Su director, Gabriel Mascaró (Recife, Brasil, 1983), imagina un mundo en que los ancianos de su país son apartados en guetos donde pasarán sus últimos años bajo el cuidado estatal pero alejados de su familia y de los lugares donde hasta ese momento vivieron y se relacionaron. Liberando a sus hijos y familiares más jóvenes de su cuidado estos estarán libres para producir sin distracciones. Pero no todos aceptan la ley y aunque con dificultades consiguen escapar a la vigilancia policial. Es el caso de Tereza que a pesar de ser aún independiente a sus 77 años es obligada a dejar su casa camino de ‘las colonias’. Su huida, el encuentro con otra mujer que también ha escapado a la distópica ordenanza (o quizá no tanto si miramos a un futuro de sociedades envejecidas y estrechamente dirigidas a la productividad sin cuento) transformará su futuro o al menos su presente. Filme sin más pretensiones que contar una historia que como las buenas historias dan que pensar y que cuenta con una espléndida Denise Weinberg metida hasta el tuétano en el papel. El film obtuvo el Gran Premio del Jurado en la Berlinale
Fernando Franco (Sevilla, 1976), tras sus premiadas ‘La herida’ y ‘La consagración de la primavera’, introduce la cámara en un tortuoso thriller psicológico, en una historia asfixiante que afecta a una familia compuesta por los padres y dos mellizos, Eva y Fabian, a punto de cumplir la mayoría de edad. Una noche los dos hermanos y un amigo tienen un accidente de coche tras el cual Fabián acaba en silla de ruedas mientras que el amigo muere. Las consecuencias envuelven la vida familiar en una tortura de culpas, silencios y secretos, aderezada por la psicopatía de Fabián que abusa de su hermana a la que tiene vigilada y sometida.
Franco plantea el nudo de la ficción asomándose a la tragedia y dibujando las situaciones con la minuciosidad del entomólogo sin aportar respuestas ni pretenderlo. Y es esa capacidad para mantener la tensión lo más destacado de un filme cuyo único respiro es la incipiente relación sentimental entre Eva y el hermano del amigo muerto. También las interpretaciones de Julia Martínez, en el papel de una joven al borde del abismo, y la fría mirada psicopática de Diego Garisa encarnando a Fabian son dignas de mención.
También había expectación por la última entrega de la estadounidense Kelly Reichardt (Miami, 1964). ‘The mastermind’ es la historia de un fracasado contada a medio camino entre la road movie y la parodia. Su protagonista, J.B. Mooney (al que da vida Josh O’Connor) es un padre de familia desempleado, que vive en un suburbio de Massachussetts y es hijo de un estricto juez de la zona. Mooney planea un atraco en el museo de la ciudad junto a dos cómplices tan chapuzas como él mismo. Una de esas historias en las que si algo puede salir mal sale. Reichardt lo cuenta desde un buen arranque, una atractiva ambientación en la América profunda de los años 70, en el momento de los movimientos pacifistas y la oposición a Nixon, y una estética que cuadra a la perfección con el ambiente pero que va perdiendo fuelle a lo largo de sus 110 minutos, hasta el punto de estropear un final que hubiera merecido mejores precedentes.