LAS COSAS COMO SON
El milagro de las castañas
He salido de casa pensando en la columna que tengo que mandar hoy mismo a El Norte de Castilla. ¿De qué tratará? La sensación que tiene un escritor al iniciar el texto hiere como una culpa, se parece a una deuda que hubiera contraído con sus lectores. ¿Para qué te has comprometido?, me dice mi conciencia, mientras me sigue por la calle Macías Picavea. Huyendo de sus reproches, apresuro el paso y voy a dar con la castañera que asienta su pequeño confesonario delante del Penicilino. A mí me encantan las castañas asadas, me calientan el alma con su sabor a pan bendito. Por lo bajo, como quien musita sus pecados, le he pedido dos euros a la castañera. Revuelve un poco y me ofrece un cucurucho con catorce castañas. Le doy las gracias por las dos de propina y me zampo la primera con avidez. Entonces oigo la voz del paladar: sigue mi dictado y vete a casa a escribirla, con los dedos aún calentitos. Mientras devoro las tres siguientes recuerdo que las castañas deben su nombre a la ninfa Nea. Empezaré explicando que Júpiter intentó poseerla por la fuerza y que la casta-Nea prefirió convertirse en erizo de castaña a caer en los brazos de su violador. Con mi cuarto de columna en el bolsillo, enfilo la Bajada de la Libertad más animada. Contaré que Jenofonte llamó al castaño Árbol del pan, que es como llamarle árbol de los pobres. ¡A cuántos habrá salvado de la inanición ese maná que derrama el otoño tan generosamente!, me digo al entrar en los soportales, mientras dedico un recuerdo al café España. Si en vez de una columna, me hubieran encargado escribir un soneto, qué bien me hubiera venido rimar España con castaña. Pero el tiempo ha devorado al Café con la misma impiedad que me he engullido yo medio cucurucho. Sólo me quedan seis y todavía no he hablado de los multiplicadores milagrosos de castañas. Me refiero a San Juan Bosco y a Mariuca la Castañera. ¿Se acuerdan de Mariuca? De noche los ángeles le rellenaban el cesto de castañas que de día había regalado a los niños hambrientos. El corazón bondadoso de Mariuca me trae a la memoria las palabras de Gómez de la Serna: las castañeras asan los corazones del invierno. Y me pregunto de dónde sacaba él sus greguerías, merecedoras de haber sido escritas por los ángeles. Pero mis castañas no se multiplican. Compruebo desolada que solo me queda una, en medio de la calle Platerías, justo cuando paso por el portal de las oficinas de El Norte de Castilla. Mientras me como con parsimonia la catorce, siento en el estómago el vacío del papel en blanco, la angustia de quien sabe que nadie va a acudir a sacarle las castañas del fuego. Todas mis reflexiones se han esfumado como el humo de asar las castañas. Resignada a mi suerte, me acerco al contenedor a tirar los restos de mi humilde banquete y entonces… ¿Qué sucede? Sucede un prodigio: encuentro mi columna escrita en el papel del cucurucho. Aquí la tienen, aún tiznada de hollín. Y me digo satisfecha: las habrá mejores, pero ninguna como esta, escrita de milagro.