“Libre te quiero / como arroyo que brinca/ de peña en peña./ Pero no mía”. Así comienza un poema de Agustín García Calvo. No es fácil encontrar un poema de amor que cante a la libertad de la mujer amada. “Grande te quiero/ como monte preñado/ de primavera./ Pero no mía”-continúa el poeta zamorano-. En el estribillo, “pero no mía”, reside su originalidad. ¿Puede haber amor sin deseo de posesión, de dominio? Muchos –e incluso muchas- contestarían que no. El poeta contesta que sí, que el sentimiento posesivo y dominante no casa con su idea del amor verdadero.
Hace más de treinta años, Agustín García Calvo, el profesor, filósofo y poeta, recorría España dando conferencias y recitales de poesía. Entonces escandalizaba a las almas cándidas y a las hipócritas mucho menos cándidas. Las escandalizaba porque decía cosas como éstas: “Buena te quiero/ como pan que no sabe/ su masa buena./ Pero no mía. /Alta te quiero/ como chopo que al cielo/ se despereza./ Pero no mía. /Blanca te quiero/como flor de azahares/ sobre la tierra./ Pero no mía”. Lo que menos les gustaba, evidentemente, era el estribillo: “Pero no mía…”. El estribillo estaba en consonancia con la apariencia anticonvencional de su autor, el pensador anarquista que todo lo ponía en duda, incluso la validez de cualquier pensamiento que no fuera enteramente libre. ¿Por eso le apartó Franco de su Cátedra en la Universidad?, ¿acaso para que no pervirtiera a las jugosas y tiernas almas juveniles?. Y es que García Calvo era un provocador. Provocaba a pensar, a discutir, a rebelarse contra lo consabido, contra nuestros propios prejuicios y convicciones heredadas. Sin embargo, con el tiempo, sus palabras fueron perdiendo capacidad provocadora, a los jóvenes ya no les impresionaban sus imprecaciones contra todos los disfraces del poder, al que él llamaba “el Señor”, con mayúsculas. Y sus libros dejaron de leerse y comentarse con entusiasmo entre los estudiantes. Pero, lo que son las cosas, yo me acordaba ayer mismo de su “Libre te quiero” mientras leía el periódico, lleno como siempre de noticias sobre mujeres maltratadas por sus parejas, mujeres jóvenes en muchos casos, de las que ya no han leído a García Calvo. Y no podía quitarme de la cabeza las palabras de su antípoda, el obispo que reclamaba en los mismos medios los beneficios del matrimonio católico para acabar con la violencia de género, los beneficios de esa atadura que durante siglos ha sujetado las voluntades de tantas mujeres. ¡Qué cosas hay que oír! Ojalá que esas banalidades no lleguen a obturar nuestra mente hasta el punto de que olvidemos lo fundamental, expresado con frases sencillas, portadoras de la sabiduría del mundo. Una sabiduría que aúna la ternura, la bondad, la pasión y la inteligencia, como sucede en los versos del poema de García Calvo, más necesarios y actuales que nunca en estos tiempos de barbarie doméstica. ¿Saben como termina? Escuchen con atención porque habla el maestro: “Pero no mía,/ ni de Dios ni de nadie,/ ni tuya siquiera”.