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Esperanza Ortega

Las cosas como son

Pino y Ullán entre el aire y la luz


Pino y Ullán entre el aire y la luz: así se titulaba la Mesa Redonda de la Feria del Libro de Guadalajara (México) en la que fui invitada a participar. Me gustó el título, porque ambos poetas, Francisco Pino y José Miguel Ullán, habitaron siempre esa frontera imposible entre el aire y la luz que es la poesía. “El cielo está más lejos”, escribí yo en una nota tras la muerte de Ullán. Y lo decía en un sentido literal, en absoluto figurado: el cielo parecía haberse alejado de la tierra aquella tarde en que fueron enterradas sus cenizas. Sin embargo, hoy, cuando Pino hubiera cumplido 101 años, -los cumplía el 18 de Enero-, mientras leo los versos de ambos y contemplo los trazos de su poesía experimental, vuelvo a sentir que el cielo se acerca y nos envuelve, como me imagino que sucedía en el momento en que ellos tomaban la pluma en sus manos y la posaban sobre el papel. Ambos- pienso- llevaban en los genes el cromosoma de la poesía y, por tanto, eran poetas de nacimiento y de destino. Esto solo les sucede a los poetas de vocación y no de oficio, es decir, a los que lo son irremediablemente durante todas las horas del día, en la salud y en la enfermedad. Quizá por eso su mera presencia era percibida por los que tuvimos la suerte de ser sus amigos como un acontecimiento poético. Todos queríamos situarnos a su lado en las reuniones, en las que sus palabras e incluso sus gestos eran comentados posteriormente como episodios de un vivir memorable, de un estar significativo. Quizá por esa simbiosis entre vida y poesía que les caracterizaba, buscaron formas inauditas y soportes no habituales para expresarse, hasta coincidir en ese territorio que ha dado en llamarse “poesía experimental”. Eso sí, sin acoplarse nunca a ninguna tendencia organizada, conservando el carácter salvaje, inasimilable y libre que estaba inscrito en su naturaleza. Decía Shelley, refiriéndose al poeta, que sus oyentes son “hombres en trance por la melodía de un músico oculto, que se sienten conmovidos y serenados aunque no saben ni cómo ni por qué”. Y así de conmovidos nos seguimos sintiendo, ahora más que antes tras su muerte, mientras contemplamos en silencio las “poeturas” de Pino y los “agrafismos” de Ullán. Ninguno de los dos se vio tentado por la idea de cambiar la poesía por la pintura. “Yo no pinto nada”, afirmaba Ullán, con la ironía juguetona que siempre le caracterizó. Por su parte, Pino negaba que sus poeturas fueran una mezcla de poesía y pintura, y elaboró para definirlas una etimología personal, que combinaba la “poiesis” (creación), con el giro repentino del “tour” francés. Para Ullán, sus agrafismos pertenecían al ritual de la espera del lenguaje: “lo que yo hago es manchar papeles mientras no llegan las palabras”. Así pues, la poesía experimental les retrotrae a ambos al momento del origen, de la primera creación. El que los dos eligieran soportes desechables subraya la asunción de la efimeridad del arte, en un movimiento ondulante que se niega a ser atrapado por las definiciones inmutables. Pero lo que de verdad les distingue de otros poetas visuales es la coherencia de su poesía sin palabras con el resto de su discurso poético, que nunca fue para ellos un hecho intrascendente, gratuito. Ambos rechazaban el diseño, la utilización del arte para adornar salones y conciencias. En los libros de agujeros de Pino, el hueco troquelado es una ventana a lo absoluto, al abismo del significado en cuya búsqueda se internó con valentía. Ullán se plantea su obra experimental como una tarea liberadora: desata a las palabras y sus grafías de las cadenas del contexto cotidiano, para que afloren asociaciones imprevistas. La manera de conseguirlo puede ser la de componer textos con frases entresacadas de las conversaciones habituales, frases que, de esta manera, convierten el lenguaje coloquial en lenguaje poético. Otras veces las palabras se recortan o subrayan en las páginas de un periódico, o se extraen de boleros y canciones populares. Lo importante es abrir las puertas de la cárcel de la convención para que las palabras puedan ser escuchadas como lo eran antes de que la avidez de la rutina las fuera vaciando de sentido. Para conseguirlo, llegan a tachar al propio sujeto poético, que penetra en el poema sin dejar huellas, con la silenciosa humedad de una lluvia menuda. “Ni mu”, titula Ullán uno de sus libros. De ahí también los sonetos tachados de Pino o su misma imagen de pájaro equivocado, a caballo entre lo celeste y lo terrestre, pájaro sin canto que se desliza sin hallar nunca su sitio en el mundo, porque su destino es la búsqueda de lo inalcanzable. Uno de sus últimos libros “Tejas, lugar de Dios”, concluye con la imagen de la destrucción de un pájaro. El poeta elige una pluma de este pájaro deshecho y con ella escribe.

¿Tendrán algo que ver sus coincidencias, que, sin embargo, no merman la originalidad de cada uno de ellos, con la vecindad de su origen, en ambos casos castellano?. Ullán nació en Villarino de los Aires (Salamanca), en la frontera entre España y Portugal, donde se confunden las aguas del Tormes y del Duero. A la salida del pueblo, hay un lugar que se llama Ambasaguas, cuyo nombre mismo parece una definición de su poesía. “Desde allí no se ve el pueblo, hay que recordarlo. Allí los límites son de dos aguas que, al juntarse, renuncian a su identidad, se despiden de sí mismas”-explicó Ullán en una ocasión-. Es allí, entre dos aguas, donde Ullán se sitúa como poeta, en la negación ondulante de un lenguaje que fluye sin dejarse atrapar ni siquiera por la línea del verso. Allí, en la indefinición de ese límite, se yergue en equilibrio imposible su poesía. ¿Y la de Pino? Sin duda en el azul sin límites del cielo de Castilla, entre las nubes deshilachadas, a punto de desaparecer. En una tierra que es toda deseo, ansia, sed y vacío. Escuchen estos versos de Pino: “¿Fuente? / No / ¡Pared / celeste!/ (Los labios que se acerquen / tendrán más sed”. Esto es Castilla, la tierra invisible donde finalmente se confunden dos interrogaciones silenciosas: Pino y Ullán, entre el aire y la luz.

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Sobre el autor

Esperanza Ortega es escritora y profesora. Ha publicado poesía y narrativa, además de realizar antologías y estudios críticos, generalmente en el ámbito de la poesía clásica y contemporánea. Entre sus libros de poemas sobresalen “Mudanza” (1994), “Hilo solo” (Premio Gil de Biedma, 1995) y “Como si fuera una palabra” (2007). Su última obra poética se titula “Poema de las cinco estaciones” (2007), libro-objeto realizado en colaboración con los arquitectos Mansilla y Tuñón. Sin embargo, su último libro, “Las cosas como eran” (2009), pertenece al género de las memorias de infancia.Recibió el Premio Giner de los Ríos por su ensayo “El baúl volador” (1986) y el Premio Jauja de Cuentos por “El dueño de la Casa” (1994). También es autora de una biografía novelada del poeta “Garcilaso de la Vega” (2003) Ha traducido a poetas italianos como Humberto Saba y Atilio Bertolucci además de una versión del “Círculo de los lujuriosos” de La Divina Comedia de Dante (2008). Entre sus antologías y estudios de poesía española destacan los dedicados a la poesía del Siglo de Oro, Juan Ramón Jiménez y los poetas de la Generación del 27, con un interés especial por Francisco Pino, del que ha realizado numerosas antologías y estudios críticos. La última de estas antologías, titulada “Calamidad hermosa”, ha sido publicada este mismo año, con ocasión del Centenario del poeta.Perteneció al Consejo de Dirección de la revista de poesía “El signo del gorrión” y codirigió la colección Vuelapluma de Ed. Edilesa. Su obra poética aparece en numerosas antologías, entre las que destacan “Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española” (1950-2000) y “Poesía hispánica contemporánea”, ambas publicadas por Galaxia Gutemberg y Círculo de lectores. Actualmente es colaboradora habitual en la sección de opinión de El Norte de Castilla y publica en distintas revistas literarias.