“La ortografía es una mandarina”. Cortázar se encontró este grafiti en las paredes de la Sorbona, en Mayo del 68. Y eso precisamente, que la ortografía es una mandarina, es lo que me gustaría contestarles a los pesados que me piden mi opinión sobre la nueva ortografía de la RAE. Enterados de que soy profesora de Lengua Española, no hay panadero, teleco, dependienta de mercería, farmacéutico o policía de tráfico que no me inquiera escandalizado: “¿Y qué le parece a usted que se llame ye a la y griega?”. Si les contestara que un asunto como ese, de vital importancia para la seguridad nacional, me es indiferente, pensarían que soy por lo menos una irresponsable. ¿Y qué dirían si les revelara que Andrés Bello, uno de los grandes gramáticos de nuestra lengua, propuso en su día, entre otras cosas, la eliminación de la hache? Seguro que nos condenaban a los dos a la hoguera por herejes. Bello propuso su reforma más que nada para que la escritura representara los sonidos, es decir, con el objeto de que sirviera para lo que está pensada. Pero no consiguió su propósito, igual que no lo han conseguido todos aquellos que lo han intentado desde el Siglo XIX. “¡Faltaría más!”, me dice el que se llevó más coscorrones en la escuela por poner faltas en el dictado. ¿Y qué pensaría este Torquemada ortográfico si supiera que Juan Ramón Jiménez escribía “imajinación” con jota incluso antes de que le otorgaran el Premio Nobel? Sí, aunque no se lo crean, eso hacía. Lo hacía para no renunciar al nombre exacto de las cosas. Sin embargo, a la hilandera, al hotelero y al hortelano les siguen pareciendo horripilantes las reformas, para ellos la pervivencia de la hache es una cuestión de honor. ¿Y si supieran que Alfonso X el Sabio escribía “onor” así, como suena? De veras, como se lo cuento. ¡Cuánto ha dado que hablar la hache, para ser mudita! “Amor se escribe sin hache”, lo dijo Jardiel Poncela y nadie lo discute. Pero “hambre”, ¿no debería escribirse sin hache? Aseguraba Gómez de la Serna que el verdadero hambriento ya se la hubiera comido. Y que “ahorro” debería de ahorrar la hache, sobre todo hoy y ahora, en tiempos de recortes. Aunque quizá lo mejor sería correr una cortina de humo sobre el tema y utilizar el sentido del humor. Y sobre todo, no escandalizarnos tanto ante unos cambios mínimos como los que propone la Real Academia. Sí, sobre todo eso, además de ir pensando en una reforma seria, racional, fruto del pacto entre todos los que escribimos en una misma lengua. Porque, en otro caso, lo que vamos a conseguir es que la mayoría de los usuarios de los móviles, escriban los mensajes no como Dios manda, sino como Dios les dé a entender, creando sus propios usos, pasándose por el forro las normas académicas. Pero a mí no me miren. Yo, por supuesto, como profesora que soy y de la vieja guardia, me moriré respetando y daría mi vida porque se respetaran las sagradas reglas de “Hortografía”.