“Memorias de un cine de provincias”, este es el título del corto ganador del Goya de este año. El cine de provincias es el cine Ortega, de Palencia. No he tenido aún ocasión de ver el corto premiado, pero como palentina, vaya mi enhorabuena a su director, Ramón Margareto. El cine Ortega se inauguró en el año 37, en plena Guerra Civil. Alejandro Ortega, un empresario palentino, se lo encargó al joven arquitecto Luis Carlón, que realizó un moderno edificio de estilo racionalista, con capacidad para 1800 espectadores. ¿De dónde le vino a Alejandro Ortega el interés por el cine? Del consejo de su hijo, Teófilo Ortega, periodista y escritor republicano –y colaborador asiduo de EL NORTE DE CASTILLA- , que, enredado en un juicio por responsabilidades políticas, había decidido que le convenía cambiar de profesión. El azar ayudó haciendo que dos flamantes cámaras alemanas, destinadas al cine Capitol de Madrid, quedaran atrapadas en la estación de Palencia, por la situación del frente. Teófilo Ortega aprovechó la oportunidad y convenció a su padre de que haría un buen negocio, prometiéndole que él se ocuparía en persona de su gestión. Y así lo hizo hasta su muerte. Su hija recuerda todavía cómo, a mediados de los sesenta, estando ya muy enfermo, hasta el punto de que debían administrarle oxígeno para respirar, planificaba desde la cama con un empleado las películas que se iban a proyectar cada semana. Para Teófilo Ortega el cine fue siempre algo más que un negocio, una prueba de ello son las revistas que él mismo editaba y distribuía entre el público asistente, revistas ilustradas con carteleras diminutas, noticias y críticas de las películas, diseñadas con cuidado y escritas con elegancia. El público de Palencia acudió en masa al cine como en la Edad Media acudía a la Catedral, pues era su centro de diversión y de cultura. Incontables parejas se conocieron al coincidir en butacas contiguas en la sesión “vermut”, con la luz apagada, envueltos en el manto de la noche ficticia, mientras la pantalla se poblaba de estrellas. Esas mismas parejas llevaron a sus hijos a la sesión infantil del día de Reyes, a las tres de la tarde, en donde participaban en el sorteo de juguetes que se celebraba en el escenario. Reían, lloraban, se asustaban, se enfervorizaban… expresando sus sentimientos sin recato ninguno, mientras comían las golosinas que habían comprado en la Perea, el puesto próximo al edificio del cine. ¿Qué palentino no ha ido nunca al cine Ortega? Ninguno, lo digo con seguridad. No solo al cine, pues en el Ortega actuaban las mejores compañías de teatro y las revistas de varietés más populares. Era el tiempo del NODO y de la calificación 3R, que llenó de tribulaciones a Teófilo Ortega cuando proyectó Gilda, desoyendo reconvenciones de las autoridades morales de la ciudad. Y hubo tardes gloriosas, como la del día en que se proyectó la primera película en color, que los espectadores presenciaron fascinados y emocionados. Cuentan que muchos de ellos salían con lágrimas en los ojos, pensando que se habían borrado los límites entre la realidad y la fantasía. El color daba a los actores verdadera existencia y prometía mantenerlos para siempre en el mismo esplendor. No hubiera habido cine Ortega sin el trabajo de sus empleados, tan aficionados al cine como el propio Teófilo Ortega, entre los que destacaban el cámara Goyito y el acomodador Isidoro. Pero a mediados de los años sesenta Teófilo Ortega murió y, ya sin nadie con capacidad para regentarlo, su familia se desprendió del negocio. Afortunadamente, el Ortega llegó a manos de otro empresario amante verdadero del cine: Odmundo Margareto, padre del director del corto premiado. Conozco la historia de primera mano porque pasé mi infancia dentro de aquel cine. Teófilo Ortega era mi padre.