En mi última columna me equivoqué al afirmar que Teodoro Obiang había estudiado en la Universidad de Navarra del Opus Dei. Lo hizo en la Academia militar de Zaragoza. ¿Cuál fue el origen de mi confusión? Hacer caso de una información que pulula en Internet, sin que nadie la ponga en duda. Mea culpa. Pido perdón a mis lectores. Por eso mismo, porque ya no me fío de lo que me cuentan, he contrastado bien la noticia del llanto emocionado de Mª Dolores del Cospedal al escuchar un soneto que la dedicaba un insigne poeta talaverano. Digo “insigne” por utilizar un vocabulario semejante al del bardo de Talavera. Dice, por ejemplo, “por privilegio celestial ungida” o “el hondo afán de nuestra entraña”. Y es que los versos comparan a Cospedal nada menos que con Isabel la Católica. Sin comentarios. Sin embargo, como mis propios ojos han comprobado en un video, Cospedal no lloró al escuchar el soneto –en ese caso podría haberse creído que lloraba de pena- sino que lloró cuando la presentadora del acto en la que le entregaban el Premio “Melibea” leía un texto en verso –más o menos- en el que utilizaba el artificio de los acrósticos para ir desgranando calificativos laudatorios sobre su persona al hilo de las letras iniciales de su nombre –menos en el caso de honrada, que derivó de la O, ¿será la suya una onestidad sin hache?-. Y más cierto es que no se emocionó hasta el final del discurso, cuando la rapsoda afirmó con contundencia profética: “Estas son Mª Dolores del Cospedal de tu nombre las empresas, si las tomas por divisa y en su ejercicio te empeñas, Castilla-la Mancha muy pronto te llamará presidenta”. Y fue más concretamente cuando escuchó el nombre de “Presidenta” cuando se desarboló y las lágrimas rodaron por sus mejillas. ¡Qué quieren que les diga!, yo, al ver el video, sentí también un remusguillo de emoción. No soy de piedra. Me emocioné recordando la distancia que existe entre los “Ripios a Cospedal”, de quien sea el que los haya pergeñado, y la “Epístola moral a Fabio”, de Fernández de Andrada (1575-1648), poema en tercetos encadenados, dedicado alguien que, como Cospedal, aspiraba a un cargo político en la Corte. El poema de Andrada comienza: “Fabio, las esperanzas cortesanas / prisiones son do el ambicioso muere / y donde al más astuto salen canas…” Si bien es verdad que a Andrada ahora se lee poco, sigue siendo el autor de uno de los poemas más hermosos de la lengua española, aunque muriera olvidado, en México, sin haber obtenido ningún cargo o prebenda. Pero a él no parecían importarle los beneficios que pudiera obtener con sus versos, si es verdad lo que leemos en su epístola: “Un ángulo me basta entre mis lares / un libro y un amigo, un sueño breve, / que no perturben deudas mis pesares…”. Su gran honor –además de haber sido honesto con hache- es el de haber escrito estos endecasílabos, que nos acompañarán a muchos en todos nuestros días “antes que el tiempo muera en nuestros brazos”, como reza el final de su conmovedor poema. Yo le deseo a Cospedal que llegue a colmar sus ambiciones políticas, pero le aconsejo que, a la hora de emocionarse, pique más alto, al menos en el campo de la lírica. No se lo digo con rima. Lo he intentado, pero es que hay cosas para las que no vale cualquiera.