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Esperanza Ortega

Las cosas como son

Delibes: el deseo y la fascinación


Si algo distingue al buen novelista es su capacidad para respirar con los pulmones de sus personajes y sentir como suyos los latidos de su corazón. Delibes demostró esa capacidad sobre todo en los personajes a los que él llamaba “santos inocentes”. No voy a hablar ahora de Azarías, por mucho que sea el más popular de todos ellos. Prefiero referirme a Nilo el joven, el protagonista de “Los nogales”. Nilo el joven posee todos los atributos de los que sufren la injusticia de la naturaleza: nació mongólico, con el paladar “rasgado”, por lo que habla con dificultad, y para colmo de males, vive aquejado por unos picores insoportables en los pies. Su madre murió sin llegar a conocerlo y su padre, Nilo el viejo, lucha obstinadamente por inculcarle el amor a los nogales, cuyo cuidado son su único medio de supervivencia. Y sin embargo, Nilo el joven, como el Cándido de Voltaire, siente que ha nacido en el mejor de los mundos posibles y, libre de preocupaciones, duerme confiado la mayor parte del día. Esta confianza franciscana en la perfección de todo lo creado, por humilde que sea, le asemeja a la que poseen algunos santos y algunos poetas. “El mundo está bien hecho”, dice un verso de Jorge Guillén, “El maeztro dice que las cozas de Dioz están bien hechaz”, contesta Nilo el joven a su padre cuando le apremia a que le ayude a apalear las ramas de los nogales. Nilo el joven sigue durmiendo mientras Nilo el viejo se desespera. La diferencia entre la angustia del padre y la placidez del hijo me hace pensar a mí en la distinción que hace Pascal Quignard entre el “deseo” y la “fascinación” en su ensayo “Vida secreta”: el deseo surge del vacío, de la ansiedad, engendra esperanza y suele acarrear la decepción, mientras la fascinación nos sitúa en la plenitud, donde nada se desea y nada decepciona, porque nada se imagina más hermoso que lo ya existente. Nilo el viejo, amenazado por la miseria, deseaba tener un hijo que continuara cuidando sus nogales, pero Nilo el joven persistía en su indolencia, fascinado en la contemplación de la vida diseñada por el trazo perfecto del dedo de Dios. Está claro que, si Adán y Eva hubieran sido como Nilo el joven, sus descendientes todavía estaríamos en el Paraíso, porque ni la serpiente más contumaz hubiera conseguido sacarle de su beatífica laxitud para probar el fruto del Árbol de la Ciencia. Nilo el joven nos traslada al primer día de la creación, al momento de inocencia edénica en que los primeros ojos humanos contemplaron el primer amanecer. Quizá sea por eso por lo que los lectores de “Los nogales” sentimos una placidez paradisiaca mientras leemos fascinados el amargo y tristísimo final de “Los nogales”. Porque sabemos, como Nilo el joven, que cada una de las palabras del relato obedece a un designio perfecto, el designio de la escritura, en que el dolor es un ingrediente imprescindible para que la belleza y la verdad se confundan en un íntimo abrazo. A ese paraíso solo consigue trasladarnos la buena literatura.

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Sobre el autor

Esperanza Ortega es escritora y profesora. Ha publicado poesía y narrativa, además de realizar antologías y estudios críticos, generalmente en el ámbito de la poesía clásica y contemporánea. Entre sus libros de poemas sobresalen “Mudanza” (1994), “Hilo solo” (Premio Gil de Biedma, 1995) y “Como si fuera una palabra” (2007). Su última obra poética se titula “Poema de las cinco estaciones” (2007), libro-objeto realizado en colaboración con los arquitectos Mansilla y Tuñón. Sin embargo, su último libro, “Las cosas como eran” (2009), pertenece al género de las memorias de infancia.Recibió el Premio Giner de los Ríos por su ensayo “El baúl volador” (1986) y el Premio Jauja de Cuentos por “El dueño de la Casa” (1994). También es autora de una biografía novelada del poeta “Garcilaso de la Vega” (2003) Ha traducido a poetas italianos como Humberto Saba y Atilio Bertolucci además de una versión del “Círculo de los lujuriosos” de La Divina Comedia de Dante (2008). Entre sus antologías y estudios de poesía española destacan los dedicados a la poesía del Siglo de Oro, Juan Ramón Jiménez y los poetas de la Generación del 27, con un interés especial por Francisco Pino, del que ha realizado numerosas antologías y estudios críticos. La última de estas antologías, titulada “Calamidad hermosa”, ha sido publicada este mismo año, con ocasión del Centenario del poeta.Perteneció al Consejo de Dirección de la revista de poesía “El signo del gorrión” y codirigió la colección Vuelapluma de Ed. Edilesa. Su obra poética aparece en numerosas antologías, entre las que destacan “Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española” (1950-2000) y “Poesía hispánica contemporánea”, ambas publicadas por Galaxia Gutemberg y Círculo de lectores. Actualmente es colaboradora habitual en la sección de opinión de El Norte de Castilla y publica en distintas revistas literarias.