“Nunca se dice adiós cuando se ama”, leemos en un verso de Francisco Pino. Lo recuerdo mientras pienso en la desaparición de Katy Montes, que me acaba de comunicar un amigo. Que Katy estaba muy enferma lo sabíamos todos los que la conocíamos bien, pues hacía como un mes que no iba por la Fundación Segundo y Santiago Montes. Y Katy no faltaba por nada del mundo a su cita con la memoria, la bondad y la cultura. La Fundación ha sido durante muchos años un hogar acogedor, con sus puertas abiertas para todos, un remanso de paz para el conocimiento y la conversación. La sonrisa de Katy nos recibía nada más entrar, como si su única misión en la vida fuera la de esperarnos con los brazos abiertos. A mí me recordaba a la casa comestible de Hansel y Gretel, ¿se imaginan que su dueña hubiera sido un hada buena en vez de una bruja egoísta? Pues esa era Katy, el hada que nos daba de comer su cariño. Teóloga de la generosidad y doctora en hospitalidad y la cortesía, tenía una máxima: recibir, acoger y ayudar. Todo lo que poseyó se lo dio a los pobres, haciendo del ejemplo evangélico una realidad evidente, sencilla. El día 25 de Marzo celebramos en la Fundación la llegada de la primavera y con ella la Fiesta de la Poesía. Yo hice a cada participante la siguiente pregunta: si la poesía fuera una flor, un momento del día, un instrumento musical, un perfume, una palabra… ¿cuál sería?, pero me reservé la pregunta mejor para mí. Esa pregunta era: si la poesía fuera una persona humana, ¿quién sería? Y me respondí que Katy Montes. Ella misma era la rosa, una rosa encarnada, natural y fragante. ¿Por qué? Porque lo que intenta la verdadera poesía es acortar la distancia que existe entre la realidad y el deseo, es decir, realizar lo imposible. Y no conozco otra persona que haya realizado más imposibles que Katy Montes, la incombustible, la resistente, la atrevida, la contumaz en su anhelo de salvar la vida de sus semejantes, de luchar contra el absurdo de la muerte. Por eso, porque era Katy Montes, conseguía lo que nadie hubiera conseguido. Por decir un ejemplo cercano, consiguió que los más rojos anticlericales de Valladolid rezáramos el Padre Nuestro en la misa que el año pasado se ofreció en memoria de su hermano. Allí fuimos todos, porque Katy nos lo pidió con la mirada. Es solo un detalle banal en la vida de una fundadora de ciudades. ¡Cuántos viven gracias a ella, aquí y en El Salvador!, ¡cuántos disfrutarán de esta primavera gracias a sus desvelos desmedidos! Y siendo tan dadivosa, hay, sin embargo, un secreto que no nos reveló: el enigma de su bondad, la fórmula que propiciaba el acuerdo entre su inteligencia y su paciente alegría. Ese era el secreto de la mujer completa, a la que nunca nunca escuché hablar mal de ninguna persona: ni un reproche, ni un rencor. ¿Cómo era posible que preservara el perfume de la rosa en medio de una ciénaga de dolor y desgracia? Este es el misterio de Catalina Montes, la pregunta que siempre nos haremos los que tuvimos la fortuna de estar a su lado. “Platero, tú nos ves, ¿verdad?”, se pregunta Juan Ramón Jiménez en el establo, al lado del cuerpo sin vida de Platero. Yo no afirmaría que Katy nos ve ahora, pero de lo que sí que estoy segura es de que, allí donde esté, nos sonríe.