¿La bolsa o la vida? Eso decían los atracadores de diligencias de las películas del Oeste. Sin bajarse del caballo, urgían a los pasajeros a escoger entre que les pegaran un tiro o entregar sus ahorros de inmediato. La respuesta solía ser “la vida”, aunque algunos, generalmente gorditos insensatos con chaleco, preferían perderla a quedarse sin nada en medio del camino. Hoy hacen la misma pregunta a la sociedad, pero con la Bolsa con mayúsculas. Los nuevos bandidos ya no se tapan con pañuelos ni llevan revolver. No lo necesitan, el anonimato del dinero dispara al corazón desde los ordenadores. Pero su pregunta a la sociedad es semejante: ¿es partidaria de salvar el sistema financiero caiga quien caiga o prefiere que destruyamos los cimientos del Estado democrático? Hace un Siglo, los que nada tenían apostaban por la vida, que identificaban con la revolución. Por eso la Internacional socialista comenzaba diciendo: “Arriba, parias de la tierra…”. Otros, más optimistas, todavía creían que la buena voluntad podía subsanar los abusos de la usura, en una tercera vía muy del gusto de las almas generosas. La Nochebuena era el momento más proclive para que se produjeran los pequeños milagros correctores. El espíritu tierno y solidario de la Navidad podía con la dureza y la frialdad de la avaricia. Novelas como “Canción de Navidad”, de Dickens, y películas como “Qué bello es vivir”, de Capra, son ejemplos de ello. En ambas, gente honrada y pobre acaba doblegando la dureza del avaro, con el intermediario de una fuerza sobrenatural, el fantasma de “Canción de Navidad” o el ángel de “Qué bello es vivir”. En ambos casos, la bondad navideña endereza el árbol que el sistema capitalista estaba a punto de derribar, con bolas y todo. Sin embargo, en España, más pragmáticos, hemos confiado esta tarea a Luis Guindos, el flamante ministro de Economía, precisamente el que fuera consejero de la Lehman Brodthers, empresa financiera estadounidense protagonista de la estafa que dio origen a la crisis mundial. Y Guindos nos anuncia lo que ya sabíamos, que el fantasma de la Navidad no existe y el año que viene habrá más de cinco millones de parados. Lo anuncia con la misma decisión que en 2008 advirtió a sus empleados de la Lehman Brodtherrs en España que se tenían que buscar la vida en otro sitio, porque la empresa iba a abrir la veda y se disponía a comerse a los inversores que dormían tranquilos, sin saber que el ogro acechaba ávido tras los cristales. Hasta ahora hemos llenado su barriga con los ahorros de años de trabajo –en eso se sustentaba la sociedad del bienestar- El problema es que el ogro es insaciable, pide más y no sabemos hasta dónde llegará su avidez usurera. ¿Y si nos ordena regresar al esclavismo?, ¿qué pasaría si los expertos como Luis Guindos vaticinan que se necesitan esclavos para que podamos seguir disfrutando de un sistema financiero sólido, seguro? Quizá eso ya esté ocurriendo, ahora que el ogro sabe que los ángeles han perdido sus poderes y los parias su desesperación. Es más, el sistema esclavista, ¿no se había impuesto ya en el Tercer Mundo? ¿Cuánto ganan los obreros que fabrican nuestros adornos de Navidad, tan sorprendentemente baratos en los tiempos de crisis? Hay quien dice que a la pregunta “¿La Bolsa o la vida?” en España ya ha contestado la mayoría de la sociedad con su voto: La Bolsa, sin ninguna duda.